Puentes
Estamos tan solos porque construimos Muros en vez de Puentes.
Escuché esta frase hace muchos años, y atravesó el que había levantado a mi alrededor. Un muro como los millones que han construido otros. Y es que el hombre ha erigido muros desde siempre: para defenderse, para contener, para aislar a los que no son como él, para alejar. En 1961 manos de hombres construyeron en Berlín un muro que separó hermanos de hermanos. Y en 1989 manos de hombres lo destruyeron para volver a acercarlos. De nada sirvió, recordamos la historia pero, desgraciadamente, para repetirla. Marek Halter, superviviente del gueto de Varsovia, enumeró 24 muros actuales. Halter conoce bien lo que es uno, apenas había cumplido 4 años cuando se dispuso que todos los judíos, unas 600.000 personas, debían vivir en un gueto: “Al principio -dice Halter- no había muro. Con la prohibición alcanzaba. El muro lo hicieron después, no para impedir que los judíos se escaparan sino para que los nazis no vieran a esa gente muriéndose. Para proteger la conciencia de los asesinos”.
Chipre, Corea, Sahara, Melilla… muros que deberían ser también “Muros de la Vergüenza”, símbolos de la incapacidad del ser humano para entender que es Uno con los otros. 24 muros que no son sino la punta del iceberg de los millones que nos separan; porque no hablo solo de los de cemento, hablo también de los que construimos dentro de nosotros mismos. “Lo triste es que ahora la jaula está dentro del pájaro”. Así es. Una jaula que nos aísla. Todos nos sentimos solos. Etiquetados, etiquetamos: el otro es una amenaza. Mujer-Hombre. Rojo-Facha. Barsa- Madrid. Pobre-Rico. Blanco-Negro. Preso-Libre… Nos perdimos dentro del camino que vallamos; ahora el campo abierto es laberinto y nadie puede encontrar la salida porque, para protegernos, quemamos el mapa. Y, al separarnos del otro, nos separamos de nosotros mismos. Lo mismo es que, tal y como dicen los budistas, somos gotas de agua en el océano que olvidaron que forman parte de él. Y qué queda entonces sino una gran soledad.
Bajad el muro levadizo,
Nunca es tarde
Por eso, cuando leí las bases, quise participar en el 2º Certamen “Picapedreros”. El premio: un lote de libros y un Diploma De Picapedrero, entregado desde el año 2005 a quienes con su presencia y aportación consiguen, metafóricamente, “abrir un agujero de Libertad y Esperanza en las murallas de nuestros centros penitenciarios”.
Mi poema “Libélula” habla de otro tipo de prisión: la de la mente, que nos separa y aísla tanto como los muros de hormigón. Cuando me seleccionaron como finalista, sentí que había abierto ese agujero en las murallas de los centros penitenciarios. Como si hubiera horadado la tierra y cavado un túnel. Como si mis palabras fueran las raíces de una planta que derrumba una muralla que no han tumbado los cañonazos.
Poco después me pidieron que fuera articulista. Y aquí estoy. Tendiendo puentes.
Bajad el muro levadizo.
Nunca es tarde.