Mis zapatos nuevos

Cada vez que mi vista descendía hacia mis zapatos nuevos me gustaban más. Pensaba que de alguna forma eran los responsables de lo que me iba a suceder de ahí en adelante. A medida que me alejaba del entorno al que había pertenecido durante todos estos años, podía experimentar una sensación nueva y reconfortante. La vida se presentaba ante mí con una alegría inusitada que me invadía de arriba abajo. Miré por la ventanilla y vi correr un paisaje vertiginoso, alocado y fugaz, que me entregaba, sin embargo, un sosiego y una quietud para mí desconocidas. Hacía mucho, mucho tiempo que mis escasos músculos no gozaban de una laxitud como aquella y una sensación de relajo y seguridad tan certeras.

Aquellos zapatos eran los responsables de todo. Me sentaban de maravilla, eran mi número y mi horma; apenas podía sentirlos envolviendo mis pies y sin embargo, sabía que estaban ahí acariciando mis pies que me sostenían sobre el mundo. Apenas los vi en el portal de casa por la mañana, temprano, como mirándome de reojo, retadores desde el suelo, alineados, brillantes, supe que estaban ahí para mi. No me lo pensé dos veces. Ni siquiera pensé acerca de la extraña causa de su presencia en tan insólito lugar, ¿producto del olvido de alguien? Ni lo sé ni me importa. No deseo pensar más en ello. No eran como los que yo solía llevar, no por gusto, sino por precio; de modo que me deshice de mis sencillas botas de cuero de caña baja tan apropiadas para ir en vespino al trabajo y me los calcé de inmediato. Me envolvían el pie con una suavidad desconocida, al tiempo que una paz especial me invadía por los pies subiendo lentamente por las piernas hasta invadir todo mi ser. Sí. Pude sentir que ya me pertenecían del mismo modo que yo a ellos. El equipo que formábamos era especial y poderoso. Podíamos hacer frente a cualquier cosa.

Una nueva vida
estaba ya dentro de mí

Comencé a caminar de forma mecánica cuando advertí que había tomado el camino opuesto al acostumbrado. Entonces fue cuando decidí no ir a trabajar aquella fría mañana de otoño. Mis nuevos zapatos y esa brillante ilusión que parecían haberme otorgado me facultaban para ello. La ciudad era mía, la mañana, el sol que aparecía por detrás de los árboles del parque, los mismos árboles; todo me pertenecía ya, incluso mi propia vida, esa que pensaba que administraba sin ser mía en realidad. Me dí cuenta de repente de eso y de muchas otras cosas.

Fue como si al calzarme aquellos zapatos, alguien hubiese descorrido de mi cara la venda que todo lo ocultaba, o como si hasta aquel momento hubiese contemplado un mundo sin alternativas, en dos dimensiones y hubiese descubierto de repente la tercera. No solo eso, sino que además desapareció también esa culpa que me perseguía de continuo a todas partes por no hacer un poco más por él, por esforzarme en seguir su rutina cada día, esa flaqueza obstinada desapareció de súbito como un hipo molesto que has soportado toda la tarde, y que de repente adviertes su ausencia reconfortante.

Aquellos zapatos guiaron mis pasos hacia la estación y sin saber muy bien cómo me ví subida a un tren que me llevaba no sé a dónde. No sabía lo que estaba haciendo pero sí tenía muy claro lo que no debía hacer y era volver con Juan.

No dejaba de mirar aquellos zapatos admitiendo como algo natural el hecho haberlos hallado en tan inaudito lugar, el habérmelos calzado y salir huyendo con lo puesto, lejos, muy lejos. Sin embargo, llevaba conmigo todo lo que necesitaba. Todo.

Y entonces fue cuando lo comprendí todo. Lo que toda persona necesita es su propia ilusión y unos zapatos para andar el camino. Una nueva vida estaba ya dentro de mí, ese prodigio en armonía que ya se desarrollaba dentro mi ser, significaba que la esperanza luminosa se había instalado en mi interior. Al fin pude sentirlo. Todo encajaba: los zapatos hallados en el portal, la prueba de embarazo positiva y aquel enorme moratón fruto de la enésima discusión con Juan.

No, ya no. No me golpearía más. Iba a ser yo ahora quien le iba a pegar a él. No conocer a su hijo será el golpe más bajo y más doloroso.

Gracias zapatos.

 

 

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