Diciembre
Uno, para no asustar a la concurrencia, no quería soltar prenda, pero a lo mejor por deformación profesional se empecina una y otra vez en intentar transmitir lo poco o nada que sabe. Ni se entera ni hace caso el personal de lo que nos queda, según el Calendario Maya, todavía en vigor. Un hervor, o sea. Y es que ha llegado la hora de abandonar este ignominioso mundo como raza inhumana que somos.
Según aquella acreditada cultura de la región de Mesoamérica, y a través de su legado astronómico lleno de sabiduría, el mismo día 21 del presente, o sea, ya mismo, nos llegará la hora. Pero por esta vez no se tratará de una catástrofe natural o divina que vendrá de los cielos o de los infiernos en forma de azufre y fuego. Ni como ese otro cataclismo que barrió de un plumazo a los dinosaurios. Esta vez implicará algo así como una nueva conciencia cósmica, una transición espiritual hacia una nueva civilización. Y es que tan seguros estaban aquellos hombres de sus predicciones que el mencionado calendario finaliza, precisamente, en esa fecha. ¿Para qué iban a preocuparse en alargarlo? No iban a necesitarse más días.
Por si acaso, y por si somos convertidos en estatuas de sal, mejor no volvamos la vista atrás. Ojalá se cumpla la profecía, pero con continuidad en el calendario. Ahí sí. Ahí sí que serían bienvenidos esos augurios. Sobre todo si desparecen de la faz de la Tierra, y de golpe, los canallas, los miserables especuladores de uno y otros signo y se presenta, además, un cierzo benefactor que nos convierta a todos en más solidarios. Y un bochorno cálido que liquide de una vez por todas las enfermedades y el hambre. A lo mejor se produce el milagro, encontramos el norte y acabamos haciendo que aflore la esperanza y lo que deberíamos llevar dentro.
Aunque es preciso echarle narices, hay que recuperar la ilusión. Pero en los tiempos que corren ni siquiera la iglesia contribuye para darnos ánimos. En fecha no muy lejana, el Papa Benedicto XVI ya anunció que no existía el purgatorio. Una declaración que creó desasosiego y nos dejó descolocados y sin defensas a los pecadores, que ahora iremos directos al infierno, sin posibilidad alguna de redención. Pero es que, además, el mismo Papa dice ahora en un libro que no, que no hay pruebas de la presencia del buey y de la mula durante el nacimiento de Jesús en Belén. Y que la estrella que guió a los Reyes Magos no era otra cosa que el cometa Halley. ¿Cómo puede explicarse eso a los niños y al niño que todavía llevamos dentro los mayores? ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¿Cómo puede montarse un pesebre sin la presencia requerida de esos animales y de la estrella que siempre nos guió? Sería contra natura.
Aunque es preciso echarle narices,
hay que recuperar la ilusión
Para aclarar sus ideas desde un noveno piso, uno se asoma a la terraza de su casa para tratar de ver pasar la vida ante sus ojos. A punto de dejar el otoño, los árboles aparecen todavía con algunas hojas en sus ramas, pero otras, muy bellas y amarillas, les rinden pleitesía desde el suelo. Una vociferante clientela del bar ha gritado ¡gooool! Más allá, la tienda de chinos aún permanece abierta. En la puerta de la cafetería de enfrente, dos hombres y una mujer hacen patria resignados mientras dan caladas al pitillo. Debajo mismo, un hombre joven, con barba, un palo y una mochila a la espalda, remueve la basura de un contenedor. Una pareja de jovencitos se dan el lote bajo un portal y una señora se detiene y mira hacia su perro que olfatea algunas manchas de la pared. Ninguna señal sobre la Navidad que espera.
Sobre los tejados rojos de las casas de enfrente podían verse hasta hace poco palomas revoloteando. Ahora ya no hay palomas. Han debido asustarlas las cigüeñas que días atrás volaron confiadas y hasta llegaron a posarse sobre los delgados mástiles de algunas antenas. La mirada una vez más se pierde hacia el cielo oscuro, pero antes uno fija sus ojos en el torreón iluminado de la iglesia de San Antonio de Padua, una iglesia que vio de niño como alcanzaba altura mientras era construida con sólidas piedras cinceladas por el hombre. Feliz Navidad, amigos.
* Publicado por cortesía de Aragón Digital (www.aragondigital.es)
Pienso que la profecía maya del despertar espiritual de la conciencia ha venido desarrollándose a lo largo de estos tres meses que han pasado en este 2013 de una manera significativa y arrolladora. He podido observar a las personas con una mayor capacidad de auto-conocimiento, con mayor veracidad en su sentir y su proceder y una mayor autoafirmación en cuanto a sus propios talentos y habilidades. Creo que el cambio es al unísono y todos al ser portadores de sinergias cósmicas podemos canalizar de una u otra forma todo ese mundo interno propio de maneras desconcertantes con otros tipos de géneros humanos, es decir, el conocimiento intuitivo y asertivo es grande y comparado con las realidades objetivas que se desprenden de la búsqueda mutua de la verdad crean realidades compartidas muy alentadoras para nuestra civilización.