La alargada sombra de los políticos
Tal y como muestran las numerosas encuestas que una y otra vez dan a conocer institutos o entidades que actúan bajo el paraguas de lo que viene en llamarse demoscopia, una vez más aparecen en los últimos lugares de las listas, incluso retrocediendo, los políticos. Sin importar el color de las distintas formaciones. Una posición que no hace otra cosa que recoger la opinión generalizada que tiene la sociedad de esos hombres y mujeres que deberían dedicarse, sobre todo, y aunque tal manifestación pueda resultar ingenua, al buen hacer en el arte de gobernar.
Pero qué otra opinión pueden tener los gobernados cuando una y otra vez se destapan escándalos de corrupción propiciados bien de forma directa por los mismos políticos, o bien de forma indirecta a través de instituciones, empresas públicas o individuos que dependen de ellos. Y son solo unos pocos los casos visibles, porque una buena parte de ese tipo de actuaciones, que pueden considerarse delictivas, quedan diluidas en la compleja maraña que forman los partidos cuando, por intereses comunes, actúan al unísono y protegen y amparan a cualquier implicado hasta el final.La penúltima imagen penosa de corrupción destapada, y con años de retraso, ha sido la del caso Pallerols, en Cataluña, donde se ha visto involucrado, nada menos, que Duran i Lleida, uno de los políticos mejor valorados hasta la fecha en todas las encuestas. Después ha llegado el caso Baltar, en Galicia, Y mucho antes, años ha, y aquí en Aragón, la denominada Operación Molinos, cuyas instrucciones judiciales parecen ir para largo.
En las tertulias radiofónicas, televisivas y en los periódicos, se tratan con frecuencia estos asuntos. Y siempre aparece alguien que, con razón, afirma que también existen buenos políticos en los partidos, y honestos del todo. Nadie lo duda. Así debe ser, pero no son lo suficientemente buenos como para actuar de forma contundente y rotunda ante compañeros imputados en alguna causa por la justicia. Ningún reparo, si viene a cuento, en mirar para otro lado y permitir que el colega de turno vuelva a presentarse de nuevo a las elecciones. El ciudadano nada puede hacer para apartarlos, pero sí pueden hacerlo los mismos partidos con objeto de no quedar desacreditados.
En todas las encuestas, la clase política
aparece en los últimos lugares.
Pero hay más, porque la sombra de los partidos políticos es alargada, como la de los cipreses, y bajo esa sombra se cobija también otro tipo de corruptela que pasa desapercibida, pero que siempre está allí y en la que no suele o no puede intervenir la justicia: se trata de centenares de nombramientos a dedo o enchufados, que diría el pueblo, que existen en cualquier comunidad a través de gobiernos autonómicos, ayuntamientos, diputaciones y comarcas y que tan solo en algunos casos podrían quedar justificados. Y se ven inmersos todos los partidos políticos sin excepción y hasta, a su manera y manejando otros recursos, los sindicatos también. El número depende de la cuota de pantalla obtenido en las urnas para repartirse el pastel. Se trata de colocar a expolíticos, descolocados, a miembros del partido, a amigos y a otros apegados que se muestran fieles a la causa.
Pero es que, además, los citados -como los fantasmas- no tienen rostro, ni tienen que dar la cara como deben de hacer los representantes políticos. Permanecen ahí, en la sombra, agazapados, ocupando los mayores cargos en sus destinos, consumiendo una buena parte del presupuesto del contribuyente. Y hasta se han creado empresas públicas innecesarias para acogerlos. Todo ello sin haber tenido que pasar siquiera por una selección previa ni tampoco por una larga y penosa oposición. Situación por la que sí han tenido que pasar los vilipendiados funcionarios que, esos sí, como premio a su valía y a semejante esfuerzo de años de preparación, han tenido que verse sometidos a busca y captura sin piedad por parte del gobierno de la nación y de las distintas comunidades autónomas.
* Publicado por cortesía de Heraldo de Aragón.
