Plegaria necia a unos oídos sordos
Dios te salve de la guerra enmascarada,
madre huérfana y frágil
que desangras tu pena.
Dios te salve del sueño interrumpido
por la bala inclemente
de la palabra terca.
Dios te salve del Dios inacabado,
cruel y angosto en su piel
y en su rostro de cera.
Dios te salve del verbo omnipotente,
del adjetivo azul y frío del poeta.
(Se eleva mi oración de labios mudos
al Dios que solo escucha cuando acierta.)
Pero es viejo el paisaje y el murmullo
del río de la vida apenas muerta.
La lava, el oleaje y el granizo,
el trigo descompuesto entre la hiedra,
el muro derruido y macilento:
el seísmo hecho queja.
Abro la voz inerme y el deseo
a una oportuna y milagrosa espera,
al oído fugaz de los ejércitos
en insano desfile de ida y vuelta.
Dios me salve, si hay Dios, de enloquecerme,
de arrastrarme y fundirme entre la tierra.
Dios me salve de tejerme tules blancos
con que atarme los brazos,
con que enredar las piernas.
Bajo el árbol sin frutos del desierto,
presagio desabrido de palmera,
de las manos repletas de propósitos
octubre, 2012, nada queda.
* Finalista categoría Poesía en el Certamen (Externo) ”Picapedreros” de Poesía, Guión y Microrrelato 2013.