Pensar demasiado

Decía Aristóteles que la virtud está en el término medio entre dos extremos viciosos, uno por exceso y otro por defecto. Por lo precisa que parece, y por ser el gran filósofo griego quién la firma, poco puede rebatirse de tamaña afirmación, mucho menos por aquellos que somos dados a ciertos excesos y que sobrevivimos llenos de defectos.

El PensadorHay actividades inherentes al ser humano que parecen buenas de serie: comer sano, hacer deporte, rellenar sudokus, leer libros, sacar la basura… Sin embargo, un abuso descontrolado de las mismas puede resultar perjudicial. ¿Se imaginan a un señor acudiendo al contenedor de orgánico siete veces al día? Pues lo mismo puede deducirse del raciocinio.

Pensar en sí es una de las mejores maneras de perder el tiempo. No hay que pagar ni dar las gracias; no engorda, no embaraza y sólo en circunstancias específicas constituye un delito moral. Además, mientras no patenten el polígrafo neuronal, nunca podrán probar nada.

Pero no todo vale. Un exceso de meditación podría acarrear consecuencias funestas. Como en todas las rutinas anteriores, debe buscarse un equilibrio coherente. Una correcta actividad mental debe ir acompañada de recesos liberadores que rompan con lo que se está cociendo: un partido, una siestecita, un Sálvame (a ser posible de Luxe), un tebeo, la Playstation, un pinchito, una ducha, un paseo, un surfear de olas o de páginas web, un algo indeterminado. Lo que sea. Si no, a veces llegan los fantasmas. Y esos son muy jodidos. Te roban el alma y ya no conoces la paz. Desconfías de ti mismo y te alejas peligrosamente de tu propia supervivencia emocional. Te rallas y acabas muerto por dentro y demasiado vivo por fuera.

Un exceso de meditación
podría acarrear consecuencias funestas

Comerse el tarro es peligroso. Una cosa es desarrollar una actividad intelectual que empieza en terreno conocido y acaba en desenlaces predecibles y otra muy diferente es construir desesperación a golpe de reflexión gratuita y dañina. Porque razonar siempre será positivo si se busca algo concreto, si se dan los factores y se proporcionan las herramientas para acabar la chapuza con dignidad, pero si se discurre desde una perspectiva distorsionada, con la secreta esperanza de encontrarse uno a sí mismo, sin poder descargar la presión psíquica con un poco de acción, de liberación neuronal, entonces la cosa se pone chunga.

Evitar la sobredosis de cavilación pasa por estar efectivamente ocupado. Claro que no siempre se puede. Y el asueto es arriesgado. Deja demasiado espacio a los pensamientos tanáticos. Estaría bonito que el ocioso pergeñara fórmulas para adelgazar la pobreza o despistar al hambre, pero desafortunadamente tener poco que hacer suele derivar en tener mucho malo que confabular. Luego pasa lo que pasa: ansiedad, bloqueo, depresión, paranoia, delirios, esquizofrenia, agresividad, pesimismo, apatía y otras lindezas. Sí, ya sé que muchos vienen de desequilibrios fisiológicos o factores hereditarios, pero quizá comerse el tarro sea la chispa que faltaba para la ignición. La cabeza es muy complicada. ¿Por qué darle tanto pábulo?

 

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