Adios a la pereza

Cuando era niña y me hablaban de los siete pecados capitales no entendía que la pereza fuera uno de ellos.

Quizás porque veía con claridad los peligros de la ira desatada y las consecuencias que traía la gula al organismo. Porque, en un cuento ilustrado que encontré no me acuerdo dónde,dibujaban la soberbia como una mujer horrible,y vislumbraba que la envidia bien podía provocarte una úlcera. Por supuesto,en la lujuria no ahondaban mucho, y la avaricia se presentaba a mis ojos personificada en el viejo Scrooge del cuento de Dickens y no se me ofrecía ninguna duda de la tristeza y la soledad que podía ocasionar. Pero ¿la pereza?

perezaPara mí, que nunca he sido negligente, aquel defecto se reducía a alguna tarde en que, cumplidas las tareas escolares, me permitía tumbarme bocarriba a leer o a dirigir mis propias películas. ¿Qué mal causaba esta actitud a nadie? Ni siquiera a mí misma, salvo perderme un poco la vida que se desarrollaba más allá de la puerta de mi habitación.

Con el paso de los años me he dado cuenta de que quizás aquella palabra de tres sílabas no significaba lo que yo creía. O que su sentido y sus efectos son mucho más graves. Ahora empiezo a percibirla como una de las mayores manifestaciones de falta de amor hacia al prójimo, pues, empezando por el ámbito laboral, quien no hace su trabajo se lo traspasa graciosamente al compañero, sin importarle demasiado que el susodicho no se tome un respiro o tenga que asumir ciertos errores que igual no debían ser suyos, simplemente por una sobrecarga que le impide descansar y pensar en condiciones. Y, en el ámbito doméstico, ver a alguien agotado y sobrepasado por las tareas y no levantarse a echar una mano solo puede manifestar un cariño bastante dudoso o, cuando menos, mermado por el egoísmo, que, extrañamente, no contaba como entre los peores errores de la humanidad.

No levantarse a echar una mano
solo puede manifestar un cariño bastante dudoso

Pero no hace mucho concluí que los efectos de ese supuesto pecado capital, por el que más de uno iría de cabeza al infierno, recaen sobre todo en el que lo comete, quien, enfrentado a cualquier problema o a cualquier reto de los que se nos cruzan habitualmente por la vida (no es otra cosa, la vida), decide no hacer nada y se sumerge en una indolencia de la que, llegado un punto, es imposible salir. Y eso a veces desemboca o se disfraza de una depresión en la que tumbarse bocarriba sin ni siquiera un libro o una película que imaginar se convierte en el modus vivendi. Una actitud que desespera a quienes están a su alrededor y, por encima de todo, destruye a su víctima.

Yo llevo más de veinte años trabajando, y, antes de eso, levantándome cada día temprano para ir al colegio y continuar la jornada de estudio hasta altas horas de la noche. Y alguna vez (muchas veces) la pereza me ha llamado con sus dedos muelles y tentadores. Quedarse en la cama y escuchar el sonido de la lluvia, el claxon de los coches, el chirrido de las puertas de los supermercados;llamar a la oficina y decir «no me encuentro muy bien», o acudir a la consulta del médico de cabecera con el diagnostico ya hecho. Total, a nuestras edades, casi todos tenemos algún achaque que nos invalide temporalmente.Pero dejarnos arrastrar un día, y, después de ese, otro, puede conducirnos a hundirnos para siempre.

Por eso digo que ahora entiendo mejor qué significa la pereza. Una derrota en toda regla, un dejar para mañana lo que es preciso hacer hoy, un mirar para otro lado para que alguien recoja el testigo de tu trabajo y te lleve a rastras mientras tú te escudas en un «no puedo» que no convence a nadie. Porque a todos nos cuesta hacer las cosas, levantarnos cada mañana, trabajar, estudiar, e incluso vivir y amar en condiciones; pero, si nos dejamos vencer, malgastaremos nuestro tiempo, además de que haremos sufrir a quienes tenemos alrededor. No hay nada peor como tener al lado a una persona que se limita a respirar y a mirar al techo. Y, normalmente (y eso ya es el colmo), a culpar a los demás de su malestar.

Por supuesto que da pereza levantarse, poner los pies en el suelo y echar a caminar,en especial cuando llueve, cuando la tormenta arrecia (la real y la metafórica);pero dejar de hacerlo es desistir mucho antes de iniciar la empresa.

Yo no pienso renunciar. ¿Y tú?

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