No soy alcohólico
Escrito por: Jonathan
Mil veces, ¡y cuántas mil más!, me decía a mí mismo y gritaba a los demás:¡No soy un alcohólico! ¿Cómo se atrevían a decirme semejante cosa, si jamás falté a mi trabajo por causa del alcohol, nunca tuve un accidente, nunca ingresé en el hospital por ese motivo y, cuando salía de marcha, siempre llegaba a mi casa… de madrugada, pero llegaba.
Mi familia insistía en que lo era, pero yo les demostraba que no era así, porque podía pasar de beber, y, si fuera un alcohólico, esa situación sería imposible.
Beber simplemente me relajaba, me divertía y conseguía alejarme de los problemas. ¿Qué mal podía haber en ello? ¿No tenía derecho a pasar mi tiempo libre como a mí me diera la gana? Lo que sucedía es que los demás hacían tormentas en un vaso de agua, o se empecinaban en atormentarme para que no me sintiera feliz.
No entendía a qué se debía que constantemente me rallaran la cabeza por mi modo de beber. Decían que, cuando lo hacía, me transformaba en un tipo odioso que se enojaba por cualquier motivo, con comentarios hirientes y apreciaciones cínicas e injustas hacia cualquiera que se me pusiera por delante. Lastimaba, sin darle la menor importancia, a todos los que me querían. También decían que era un desconsiderado, porque no me importaba el tiempo de los demás, les causaba frecuentes molestias y me saltaba a la torera todos sus planes.
El ambiente se hacía cada vez más tenso. No entendía por qué me esperaban ansiosos cuando llegaba tarde a casa. Unas veces los veía asustados, sospechando que podía haber sufrido un accidente, y otras, con mucho miedo, imaginando que podía estallar por cualquier tontería. Y decían que en esas condiciones era imposible hablar serenamente conmigo, porque no les ofrecía ningún razonamiento lógico.
Era como si una parte de mí
estuviera ausente, en off,
Era como si una parte de mí estuviera ausente, en off, y con esa convicción me reprochaban haberme perdido muchas oportunidades de convivencia, de intimidad, de relaciones y de diversión, porque siempre había antepuesto la bebida a todas ellas.
En alguna ocasión les pillé imitando mis torpes pasos y mi voz pastosa, y bastantes más riéndose de mí cuando quedaba babeando, dormido en el sillón o en la taza del baño, y, francamente, no sabía en base a qué podía exigirles que me respetasen. Porque cuando bebes, el olor del aliento, la mirada perdida en el infinito, y el sudor de la piel apestan.
Todo comenzó a los pocos meses de llegar de California, cuando contaba unos 17 años, con un , jugándonos la vida en experimentos sin sentido. Nunca antes había probado en serio el alcohol, ya que en USA no se puede beber hasta los 21 años; lo digo así, porque mi primera borrachera fue aquí en España, con 11 años, en la boda de mi hermana.
El néctar de la felicidad vino a formar parte de mi vida pocos años antes de mi mayoría de edad. Aunque no bebía todos los días, cuando lo hacía, era lo único que daba sentido a todo. Desconectaba del mundo y de una realidad que no me gustaba. Podía verme superior a todos, poderoso, igual que si llevara una pistola en la mano, con la que poder disparar a los que quisieran hacerme algún daño. Me sentía muy pero que muy bien y, como casi siempre andaba solo, me sentía como un lobo en el país de los corderitos. En otras ocasiones, cuando tocaba ir de discoteca a ligar un poquito con las Barbies, el alcohol era mi mejor aliado para ser el numberone.
Con todo eso, ¿en base a qué se podía decir que era un alcohólico? ¿Por qué razón iba a ser un alcohólico, si podía pasar semanas e incluso meses sin probar una gota? Aunque, eso sí, cuando tocaba la botella, bebía como un cosaco, paseando de bar en bar hasta vaciar mi cartera: una rutina en la que casi siempre me enzarzaba solo, dedicando todo mi tiempo a trabajar para ganar un dinero que derrochaba en una silla cerca de la barra, con mi néctar de la felicidad en la mano.
Sin más engaños, cuando bebes,
te haces y haces daño
Eliminando excusas, sinceramente, todos tenían razón: era un alcohólico y, en lo más hondo de mi ser, quería salir de ese penoso círculo, aunque salir de ahí me causaba un pánico atroz, porque no quería verme solo, pero igualmente necesitaba dar un portazo a tanto sufrimiento inútil.
Sin más engaños, cuando bebes, te haces y haces daño y, mientras no lo reconozcas, seguirás haciéndote daño y lastimando a quienes más quieres. Cada día que pasa sin que lo reconozcas es un día perdido, y aquí, ahora, puede ser el primer día de una vida feliz para ti y los tuyos, pero necesitas tener el valor y el coraje de reconocerlo. Mírate a ti mismo, cara a cara y sin vergüenza y dilo: – Soy un alcohólico.
Yo lo hice. Fue el reconocimiento más duro y difícil que he hecho de mí mismo en toda mi vida. Cuando reconocí mi verdad, comencé a vivir, fue el primer día de una vida feliz, y, aunque hoy estoy en prisión, los que me quieren han tenido la generosidad de perdonarme. Por esos motivos, y por mí mismo, juro ser fiel, porque, de lo contrario, me muero.
Querido Monterero :
Seré breve… Tal vez tengas unos barrotes por ventanas, pero eres mas libre que nunca.
La verdad, tu verdad, como tu dices es la que te hará sentirte siempre libre. Es ella se encuentra
la paz de conciencia y de espíritu y eso no se compra nada y solo se consigue con ella..
Un abrazo y salud.
P.D. . Un ex adicto desde hace 25 años, de muchos de los dulces envenenados que te ofrece el mundo que vivimos.