¿Esto en qué consiste?

A los seres humanos los nacen, inmaduran hasta la involución y después se marchitan cual capullos desflorados. Desde que se encienden los focos hasta que algún ente agorero echa el telón desfilan figurantes accidentales, estrellas rutilantes, comparsas de garrafón, viejas glorias y aspirantes a la vacuidad.

la felicidadDe todos los animales, solo el hombre se autodenomina racional. ¿Acaso produce y reparte felicidad, empatía y bondad suficiente para sostener tamaña etiqueta? ¿Y por qué esa manía obsesivo-compulsiva de buscarse a sí mismo si es absolutamente incapaz de encontrar coherencia en su propio proceder? Poco importa. Siempre habrá más preguntas que respuestas, más verdades que certezas y menos principios que finales. La quimérica búsqueda de la plenitud es la manera más eficaz de no alcanzarla nunca. Ser feliz y reconocerlo es tan utópico como dejar de pensar en un tren. No se puede calibrar la satisfacción vital sin compararse con un absoluto que no existe, y cuya inaccesibilidad nos deja tremendamente inconclusos.

Las personas pasan por la vida en ADSL o a cámara lenta, y tanto los que derrapan por los ideales como los que se momifican de aburrimiento perviven a base de ilusión y fe; en un pasado nostálgico, en un presente épico o en un futuro esperanzador. La dicha es tan subjetiva como variable, y tan volátil como un salto fallido a la eternidad. El ser humano es efímero y su felicidad resulta todavía más fugaz, quizá porque lo que a uno le llenaba ayer puede insatisfacerle profundamente mañana.

¿Cuál es el fin último
de la existencia?

¿Cuál es el fin último de la existencia? Para algunos, colmarse de estímulos, empastillarse de negaciones y emborracharse de entumecimientos. Para otros, correr más que los demás, aunque el viaje se acabe al llegar a la meta y a mayor velocidad, más breve el paseo. Hay tantas etiquetas para la plenitud como mentes inquietas e imaginativas: el ilusorio poder de decisión, las ínfulas de posteridad, el hartazgo espiritual, las victorias del ego, la búsqueda de la verdad, el exceso hedonista, la obsesión por (re)tener, la ambición insaciable del saber, el peterpanismo, el paso inexorable del reloj vital…

Nadie sabe lo que busca, y el que lo encuentra, llora desconsolado por dentro por haber escarbado más de la cuenta. Lo único que da la felicidad es no hallarla nunca, pero sentir su roce acariciar el alma y admitir que, una vez más, otro día, de nuevo una reencarnación más allá, aquello que se perseguía se ha vuelto a escapar sin que el destino pudiera atraparlo ni el esqueleto guadañero acertara en la siega. No importa. Al final, solo la muerte sabrá qué había venido a buscar. Los demás nos seguiremos haciendo las mismas preguntas en esta vida o en la próxima.

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