Desgranando habas

HabasA Eusebio siempre le había parecido tedioso desgranar habas, hasta el día en que al abrir una de las vainas encontró una cabecita de hombre dentro. La cabeza tenía cara de guasa y le guiñó un ojo. Al poco tiempo ya eran amigos. La cabecita sabía muy buenos chistes y con las debidas ayudas era una pareja de mus insuperable, aunque costaba distinguir cuándo gesticulaba juego o medias.

Todo podría haber continuado de esa manera tan feliz y conveniente, de no ser porque ambos dieron en enamoriscarse de la misma mujer. A la moza le hizo gracia la cabecita, quizás por la labia que tenía, pero tampoco perdía oportunidad de dar celos al otro. Eusebio estuvo a punto de perder la chaveta el día en que la vio introducir la cabecita en la apretada rendija entre sus senos, pero prefirió contenerse hasta que estuviera bien entrada la noche. Entonces llevó a la cabecita hasta un prado y la enterró en un agujero no más profundo de un palmo.

Al cabo de unos meses había brotado en ese punto una planta bastante tupida. Quienes pasan por allí escuchan múltiples risitas como de campanillas cascadas, y aunque el primer impulso es salir corriendo del susto, al poco se detiene uno y se echa también a reír: las condenadas risitas son de las contagiosas.

 

* Microrrelato Finalista en el Certamen ”Picapedreros”  2014  para escritores del exterior

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