Las cantelas del cheposo (III): Origen

La cosa venía de un poco antes, de cuando me fabricaron. Ahora que soy viejo y achacoso, además de chepudo o giboso, sé que mis antepasados eran fruto de la coyunda del cuero y el hilo, aliados con el globo hinchable que tengo por alma.

FútbolYo soy hijo de las moderneces industriales que todo lo fabrican en serie. Mis tatarabuelos nacían de uno en uno, cada cual con su personalidad propia. Ahora venimos multillizos, en mogollones de diez o de cien o de quinientos, según la tirada y el destino. No es lo mismo fabricar para las competiciones de la nación andorrana que para los clubes del inmenso Brasil.

Yo lo sé de oídas, ahora más tarde, porque de bebé recién nacido no te enteras. Hasta que no te entra el uso de la razón con la primera patada que te propinan para que espabiles, no tomas conciencia de la realidad. Y acabas resignándote a tu suerte el día que te saca en brazos ese señor de negro, vestido de corto, y te deja sobre el césped en el círculo central de un prado que resulta ser un campo de fútbol.

En esa coyuntura, mirando a los ojos del par de mastuerzos que discuten a tu vera sobre quién te dará el primer patadón, se te abren las luces de la memoria, te invade lo que los psicoanalistas que hay en el estadio –casi todos los presentes– llaman ‘regresión thalassal’, y deseas volver inmediatamente al seno materno, a la factoría serial donde fuiste fecundado, concebido, gestado y parido, pero ya no hay remedio, amigo, ya no lo hay, es tarde.

Tu destino está marcado.

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