El imperio de la autoselficiencia
Vivimos, cada vez más, en una sociedad del yo. El fenómeno de las redes sociales ha derivado en un sinsentido de fervor narcisista unipersonal en el que cada cual se fotografía una y otra vez, en primerísima persona, para compartir después su imagen sin importar demasiado con quién.
El éxito incuestionable de los selfie sticks, esas alargaderas extensibles que se unen a los móviles y las cámaras fotográficas para realizar autorretratos con un mayor campo de visión, es un buen ejemplo de ello. Antes, cuando viajábamos o vivíamos experiencias, posábamos en grupo, en familia o en pareja delante de un monumento o una vista panorámica y pedíamos la colaboración de algún conocido o transeúnte para inmortalizar el momento. Ahora somos autosuficientes: nos hacemos esas fotos a lo Juan Palomo, somos centro y medio para hacerlo. Lo importante es nuestra imagen, que esté ahí, presente y exhibida, para poder publicarla luego donde narices queramos.
Instagram, Facebook, WhatsApp, Pinterest y cada vez más Twitter se están convirtiendo en escaparates del yo —y no solo entre los jóvenes— donde la comunicación está dejando paso a un postureo exhibicionista vacío de interés. La necesidad de autofotografiarnos en todo momento y circunstancia nos obliga a estar guapísimos, impecables y muy fashion permanentemente. Así, son cada vez más los que ensayan sus sonrisas y posturas ante los espejos. Un estudio científico ha demostrado que las personas habituadas a publicar fotos de sí mismas suelen ser más narcisistas e impulsivas que el resto. El selfie no expresa la belleza del lugar, solo comunica «¡aquí estoy yo!». En consecuencia, el valor de la experiencia en primera persona está adquiriendo dimensiones cada vez mayores.
La comunicación está dejando paso
a un postureo exhibicionista vacío de interés
Es verdad que todos somos importantes, originales, únicos y, por eso mismo, interesantes. Pero el exceso puede convertirse en una losa que dificulta nuestra capacidad de comunicación, de apertura, de empatía y compromiso con el prójimo. Seamos mesurados. Equilibrados. Yo soy importante, sobre todo, por mi relación con los demás. Por lo que les aporto. Por nuestros vínculos humanos. Ese yo es en realidad un nosotros, pues nuestra dimensión individual no es entendible sin nuestra gente cercana.
Tenemos tanto, tanto que compartir con los demás que una sucesión de autofotos no es suficiente para hacerlo. Las palabras, los gestos, las obras, los detalles, incluso la simple presencia expresa mucho más que el conjunto de todas esas instantáneas. Porque una imagen vale más que mil palabras, pero un selfie expresa únicamente un monosílabo: yo.