Piedras en el camino
El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, el homo politicus, el único espécimen que se ocupa una y otra vez de colocar delante suyo el mismo bloque pétreo para volver a tropezar con él. No entiendo nada sobre el affaire catalán. Solo sé que, en cuanto a independencia, «Más es menos» (también sin tilde: «Mas es menos»). Por otra parte, los horribles atentados yihadistas de París reflejan un conflicto intercultural irresoluble, amparado por una interpretación malintencionada y partidista de una religión que está siendo utilizada como herramienta de manipulación y dominio para contar con armas humanas suicidas con las que destruir la civilización.
Poco se puede hacer para evitar la acción de este tipo de asesinos que no respetan límites, deseosos de morir en sus ataques, drogados, capaces de convertir en diana cualquier lugar de encuentro occidental. La defensa es imposible porque todo es susceptible de atentado. Todo es carne de barbarie, en cualquier momento y circunstancia: un cinturón cargado de explosivos, un Kalashnikov, una bomba casera o un cuchillo afilado bastan para extender el terror, el odio, el sufrimiento. La muerte. Por desgracia, y a pesar de las ocurrencias interesadas de algunos politicuelos de nuevo cuño y viejas demagogias, llegados a este punto no hay lugar para el diálogo con los fanáticos, los manipuladores, los manipulados… ni con los malvados. No hay medidas preventivas válidas que no incluyan la costosa destrucción de esa organización terrorista cuyos mandamases buscan, ante todo, enraizar la maldad como forma de control y enriquecimiento.
Los manipuladores más perversos han aprovechado
para imponer sus armas y esclavizar a la población
Rascando en el origen del problema sirio, se concluye que la distribución que Occidente hizo en el pasado cercano de estos territorios, arbitraria e insensible, separó pueblos, raíces, sentimientos y familias con motivos subjetivos. Así, Siria e Iraq fueron fraccionados al antojo occidental sin considerar que etnias y vínculos históricos fueran diseminados en un manojo de estados. Esta zona asiática siempre ha sido un polvorín, lo cual han aprovechado ahora los manipuladores más perversos para imponer sus armas y esclavizar a las poblaciones autóctonas —y quién sabe si mundiales— bajo el odio, la coerción y el asesinato mercantilizado.
Las fronteras nunca han sido buenas. Mucho menos cuando se imponen de manera artificial, contra natura. Por eso no me cabe en la cabeza que una pléyade de iluminados gobernantes catalanistas insistan en abrir una cicatriz en la península Ibérica. Una frontera en Europa, dentro de una tierra que siempre estuvo vinculada a esa España que, aun diversa, a lo largo de la historia hemos impulsado y compartido. No discuto que existan sentimientos y sensibilidades diferentes entre los catalanes, pero sí que se orienten interesadamente hacia la confrontación, la exclusión y la fractura.
No concibo, en definitiva, que cuando los países y los continentes avanzados tratan de agruparse contra la amenaza común, algunos personajes con una catadura moral muy cuestionable primen sus intereses egoístas alimentando los enfrentamientos, la separación y la ruptura entre los pueblos. Que impulsen la independencia frente a la interdependencia global que los tiempos, complicados y lamentablemente bélicos, nos exigen.
Con excesiva frecuencia, nos centramos en un grano e ignoramos el desierto. Pero cuando el agua falta, ese diminuto grano jamás logrará hacer que la sed desaparezca. Y habremos perdido un tiempo precioso, e irrecuperable, para encontrar el oasis.