Aquel último deseo

John atizaba la ceniza del cigarrillo con alegría. La verdad es que ya no fumaba nada absolutamente, pero la ocasión así lo requirió.

choposLa familia se había desplazado desde Manchester más de dos mil kilómetros para estar allí. John observaba el lento batir del viento sobre los altos chopos, mientras el sol se ponía por el horizonte. Había sido un gran día.

A Theresa, por desgracia, no le quedaría mucho. Estaba muy enferma. Aun así, lo estaba pasando de fábula jugando y leyendo cuentos con sus nietos. John pensó que desde aquel momento, ellos verían más atardeceres que ella, en aquel lugar de ensueño de la Sierra de Guara.
No obstante, fue idea de Theresa adquirir aquella casita. Tras ser diagnosticada de cáncer hepático, y haber pasado allí los recientes veranos, se decidió por venderlo todo, dejar todo atrás, y terminar su vida allá, bellamente.

Su familia no objetó. Al contrario. John menos. Era su último deseo, y debía de hacerse realidad.

Theresa lo había adornado
de colores muy brillantes

Un lago cristalino, el color de sus montañas, sumergirse en un paseo por la selva, el cauce de sus ríos, todo. Incluyendo el piar de una picaraza por la mañana, era espectacular.

Después de aquel bonito sueño que John recordó, dejó una rosa blanca sobre su lápida del cementerio de la sierra, donde Theresa quiso perecer. Optó por sentarse en la terraza de nuevo, y encenderse un cigarrillo. El atardecer había regresado, y Theresa lo había adornado de colores muy brillantes.

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