El piano
Llevo 25 años encerrado en esta buhardilla. Bueno, realmente la puerta de la buhardilla está abierta, pero no la de la casa. Y aunque lo estuviera, no me sería posible salir. No me puedo mover. Me abandonaron aquí arriba hace ya tanto tiempo que ni me acuerdo de cómo me trajeron. He pasado mucho frío y mucho calor, he visto nevar, llover y he disfrutado de una luz maravillosa entrando por la ventana en las mañanas de primavera. Incluso una vez, en medio del temporal más fuerte que recuerdo, un árbol se me cayó encima, y yo pensé que me moría.
En verano todo cambiaba. La casa se llenaba de gente, de risas, de gritos, y de un montón de niños que venían a hacerme compañía. Yo me sentía rejuvenecer, sentía que mi vida volvía a cobrar sentido, por momentos me parecía que la felicidad no podía quedar tan lejos… Hasta que regresaba el otoño y con él la soledad, el frío, el silencio. Ese silencio que me ha pesado como una losa y que he podido soportar sólo gracias al canto de los pájaros. La naturaleza y la música siempre se han entendido.
Ahora dicen que vienen a buscarme, que me devuelven por fin a casa. En otro país, eso sí. El hogar poco tiene que ver con las coordenadas geográficas. Me llevarán escaleras abajo, me meterán en un camión, viajaré durante dos días y llegaré a mi destino. Allí la música volverá a recorrer todo mi cuerpo y volveré a entender para qué vine a este mundo. No sé si lo conseguiré, estoy muy desafinado, pero con que una sola de mis teclas llegara a emocionar a un solo corazón, tanta espera habrá valido la pena.