Buenaventura, Ana
Puedo decir con orgullo que Marcos Ana ha sido uno de los poetas que más me ha influido desde que, hace ya algunos años, comenzara a leer su obra y a profundizar en diversos aspectos de su vida. Llegué hasta sus poemarios de la mano de escritores y músicos para los que, a su vez, ha sido y es referencia y maestro. Poeta de la cárcel y de la libertad, de la resistencia y de la paz, del amor y de la represión, Marcos me enseñó a cantarle, además de a los más humanos de los sentimientos, a todo lo que se disfruta a distancia, desde una ventana. También me demostró que se puede uno compadecer de sus opresores al tiempo que mantiene la firmeza de sus propios ideales. Marcos cantó a un país que le dolía y que le costaba reconocer, al sinsentido de la vida cotidiana, a las grandes miserias y derrotas que permitimos cotidianamente, cuando dejamos que la injusticia y el absurdo se perpetúen.
El veintiuno de octubre del año pasado acudí a una de mis librerías de referencia en Madrid para un acto de homenaje a Marcos Ana. El acto fue un fantástico canto a la vida y obra del poeta quien, en última instancia, comunicó que no podría acudir al mismo por motivos de salud. Dejé el pequeño auditorio de la librería con el buen sabor de boca de haber conocido algo más del maestro; más aún, el honor de haberlo hecho de la mano y la voz de algunas de las personas que le conocieron. Al mismo tiempo, sentí la tristeza de que aquella oportunidad de hablar con él en persona podría no volver a repetirse.
Pocas semanas más tarde, la prensa anunciaba la muerte del poeta. Entonces me di cuenta de que la tristeza de aquella tarde de octubre estaba justificada.
Puede parecer exagerado pero, a raíz de la noticia, durante algunos días tuve la permanente sensación de que todo a mi alrededor era artificial, que los estímulos a los que respondemos como miembros de esta cosa que llamamos sociedad no son reales y que, al interactuar con ellos, los asumimos como buenos. Una de las personas más importantes para mucha gente acababa de morir y a nadie parecía importarle demasiado. Yo sentía que el mundo debía pararse un momento, que todos deberíamos leer alguno de sus poemas, por primera vez o para no olvidar nunca que la realidad es otra cosa, que no coincide con muchos de los lamentables pasatiempos con que vaciamos nuestras vidas. Tardé poco en comprender que eso sería tanto como querer imponer y, desde luego, esa palabra no estaba en el vocabulario del buen Marcos.
El poema que os presento me invadió en un momento en el que las marquesinas de los autobuses, las fachadas de entidades bancarias, los neones y los anuncios callejeros parecían cobrar vida. Me encontré a mí mismo reaccionando ante las miradas perdidas de esos “casos reales”, personas impecablemente vestidas, cuyas vidas habían cambiado “radicalmente” al contratar tal o cual cuenta corriente, o las de los sanísimos clientes de aquel otro gimnasio. Mientras pensaba en que la mayoría de nosotros acabamos queriendo parecernos a esas imágenes, esas que quieren hacernos creer que debemos aceptar como representativas de una sociedad cada vez más tramposa, más consumista, más cruel y más imbécil, algunos de los versos de Marcos Ana me venían a la cabeza, como un mantra, como la letanía que un niño asustado repite cuando no quiere dejarse vencer por el terror de una realidad que se le escapa.
Pensando que tal vez hayamos llegado a un punto sin retorno, que puede que hayamos asumido demasiados sinsentidos como para volver atrás, que lo mejor que se puede hacer es mantenerse fiel a uno mismo, en la vida del gran Marcos Ana y en la de otro gran maestro, la persona con el nombre de pila más bonito que se pueda imaginar, Buenaventura, comencé a escribir este poema.
Pronto se cumplirá el primer aniversario de la muerte del poeta. Sigo sintiendo esa sensación de irrealidad y, hasta donde puedo, sigo intentando mantenerme fiel a mí mismo. ¡Buenaventura, Ana!
BUENAVENTURA, ANA
Me gustan las miradas perdidas de los anuncios
la televisión, la sonrisas absurdas
los dientes blancos
las figuras perfectas de las almas anoréxicas
privadas de sus derechos
desnudas de satisfacción
Me gusta el imbécil devenir de los clientes
de los bancos
de las agencias inmobiliarias
de los, dios me perdone, concesionarios de las marcas
nacionales, extranjeras
Cómo era esa canción
Me gustan las miradas perdidas de los anuncios
Mientras ando por la calle
me las llevo, bien ceñidas
al talle de una vida que lo es
a pesar de que bizquean
transeúntes, mis iguales
Descomunal atentado, cerumen acumulado
en mis oídos, yermos
escondidos, aturdidos, tres-negados y aburridos
Me gustan las miradas que me quitan
el placer de pasear, vagabundo abandonado
aburrido y desterrado
me negáis y me he negado
a aceptar lo que es vetado
al que no haya decidido
que está bien lo que ha durado
Me gustan las miradas perdidas como gustan los pistachos
o las pipas
las patatas de bolsa, fritas
y el whisky de garrafón
Me gusta la comida que reconforta
porque no es más que eso, comida,
satisfacción desmedida
de nuestras ansias perdidas
de encontrar una razón
Le voy a poner un hastag
una media en la cabeza
un nudito en la garganta
Tampoco volverme loco
yo también consumo
un poco
yo también me esfuerzo al día
por encontrar la salida
a toda esta puta insatisfacción
No te engañes
no me engaño
no me voy a volver galgo
no voy a salir de caza
no voy a salvar la vida
a ti, ni a mí, ni a nadie
No voy a apadrinar
Sí que voy a rescatar
No dispararé a nadie
no me encontraré culpable
desobediencia de-vida
de encontrar una salida
Buenaventura, Ana
Justicieros y carnaza
Hoy te has muerto y yo me muero
Y mañana a ver qué pasa
Pasé muchos años viendo cómo mis amigos entraban y salían de prisión, de clínicas de desintoxicación, de instituciones de todo tipo. Llegué a pensar que aislarse era la única salida razonable. Yo siempre conseguía escapar.
Las palabras y la vida de Marcos me demostraron que hay tantas maneras de vivir como gente que no entiende nada de nada.
Gracias.
La vida se ha ido volviendo más fácil y menos “vivible”. Es como fuéramos nuestro peor enemigo, con nuestras sucursales bancarias, nuestro mentiroso “estado del bienestar” y nuestra apatía. Marcos vivió una etapa muy diferente, en muchos aspectos. Para mí fue una referencia hasta el último día y sigue siéndolo.
Me alegra que te haya gustado, Felipe. Un abrazo.