Fin del trabajo de campo
Noto como nuestras vidas van llegando a su final pero no puedo sentirme triste. Las experiencias que hemos vivido, lo que ahora sabemos de este planeta azul y hemos guardado en nuestros bancos de memoria justifica con creces el esfuerzo.
El método de trabajo usado es el resultado de una evolución de eones de tiempo y del ansía de saber que domina a mi especie; nada de experimentar en un laboratorio, nada de sórdidas pruebas; el científico que quiera estudiar un planeta y a los seres que habitan en él habrá de vivir con ellos, ser uno de ellos y no ser descubierto bajo ningún concepto.
La técnica la dominamos, es lo de menos. Más complicado es encontrar al voluntario que está dispuesto a sacrificar por completo su vida a cambio de aportar datos y experiencias a los de su especie, de los que está tan lejos.
Yo he sido uno de esos locos. Me ofrecí para que me introdujesen en el vientre de una hembra e inicie una vida humana como un niño, con una única diferencia: cada vez que me encontraba ante una elección o una encrucijada, mi ser se desdoblaba, tomando una apariencia distinta, pero manteniendo férreamente unidos los bancos de memoria. De este modo, los seres que han partido de mí se han ido extendiendo por el mundo y han podido vivir todo tipo de experiencias. Mis días son infinitos y mi vida son cientos de ellas.
Y ahora, que los míos han empezado a morir, que yo mismo empiezo a sentirme viejo, me preparo como ellos, recordando, almacenando, sonriendo. Fue un buen experimento, un buen viaje, un éxito como pocos han sido. Estoy, por lo tanto, contento.