Pildoreta nº2: Mejunje
El hombre se aficionó al vino. Seguía la recomendación del doctor: un vasito en cada comida. Comenzó bebiendo un par de dedos, marcados en horizontal, pero luego los puso en vertical. Pronto llegó a consumir un cuarto de la botella. Que sea de buena calidad, le había insistido el especialista. Su mujer se empeñaba en que así fuera, considerándolo una medicina.
Cada vez era más caro el vino y mayor la afición de su marido. Al poco tiempo ya se bebía un tercio de la botella cada día. Siguió mejorando la calidad. Pasado un mes desde el inicio de la dieta alcohólica, el hombre se bebía media botella, hasta acabar al mes y medio bebiéndosela entera en cada comida. Quería más y mejor.
Su mujer le compró un vino carísimo de Cariñena y consintió en abrirle una segunda botella todos los días. Él fue ampliando el consumo: primero añadió un cuarto, luego un tercio, continuó con media y un día acabó también con la segunda botella. Había habido cocido completo para comer, y el hombre argumentó que, con el fin de digerir convenientemente aquel suculento condumio, necesitaba más alcohol. Sonreía doblando la mirada. Pidió a continuación una tercera botella, que su mujer le negó. Entonces el hombre trituró los corchos de las dos vacías hasta reducirlos a un polvo finísimo, añadió agua y se bebió el mejunje.