Perdón
Escrito por: Rubén
Empecé el Instituto con catorce años, y ahí comenzó la pesadilla de mi vida, sin apenas ser consciente de en qué me estaba metiendo.
Yo era un muchacho feliz, me llevaba estupendamente con mis padres y hermano, vivía rodeado de cariño y comodidades, no tenía ningún problema, pero, por darme importancia ante mis compañeros de clase, querer ser como ellos y también ser el más vacilón, dejé de estudiar y comencé a faltar a clase. Nos juntábamos en el parque y, entre las tonterías y el pretender ser el más flipado de todos, probé los porros, las litronas y la coca.
Las cosas comenzaron a darme igual; alegremente mezclaba experimentando con pastillas de éxtasis, porros, anís, cerveza, ron, vodka, ginebra, vino, whisky y coca. Con veintiún años bebía grandes cantidades de alcohol, más de cuatro a cinco litros diarios. Las borracheras eran monumentales.
Todo me daba igual; la cuestión era colocarme, porque, si no bebía, no podía vivir. Cuando algunas veces llegaba a casa borracho por cualquier excusa, montaba unos líos impresionantes, rompía cristales, pateaba los muebles e, histérico, me pegaba cabezazos culpabilizando a mis padres de todo.
Al día siguiente, con resaca y vomitando, muchas veces no me acordaba de nada. Eso sí, con una sola idea en la cabeza: volver a beber. Aunque me sentía muy mal conmigo mismo, ¿qué hacia? Bebía más para quitarme ese malestar, y así siempre, borracho todos los días.
Yo no conocía los riesgos del alcohol y me decía a mí mismo: joé, pero si es legal, se puede beber… y todo el mundo bebe. Algunos amigos, después del alcohol, tomaban coca para rebajar el efecto y, así, se les notara menos. Al final terminaron enganchados a la coca, y eso consideraba que era mucho peor. Además pensaba que lo mío era bastante mejor, porque, al fin y al cabo, yo no era un yonqui.
A mi hermano y a mis padres les hice sufrir mucho, les amargué la vida, porque el alcohol es un desastre que arruinó mi juventud, y por el que perdí un montón de cosas, como la autoestima y la confianza en mí mismo, sin contar con todo el dinero que derroché.
Quiero caminar atento, con los ojos bien abiertos
para que no se despierte mi otro yo
Mis padres me lo advertían, querían que tomara conciencia de la vida que me esperaba: si no cambiaba definitivamente terminaría convertido en un puto borracho, tirado por cualquier parte.
No les hice ningún caso, y, como era de esperar, mi situación empeoró: con veinticinco años entré preso. Caí en Guatemala, pero me metí en Guatepeor y, a los quince días, probé la heroína. Al principio la fumaba, pero terminé poniéndome un pico casi todos los días, durante un año. Tengo la libertad cerca y sé que no puedo volver a tomar alcohol nunca más, ni una gota; debo ser abstemio total, porque las ganas de beber no se pierden nunca. También abandoné las otras drogas y, desde entonces, soy otra persona: mis miedos se espantaron, mi autoestima crece, y la relación con los que me quieren, mi familia, ha cambiado al 100 %.
El mérito de todo este cambio no es mío; es de ellos, mis padres y mi hermano, que siempre estuvieron cerca de mí a pesar del daño que les hacía, de mis vomitonas, mis penosos modales, las lágrimas amargas, las noches en vela, las peleas, las culpabilidades y un montón más de sufrimiento. Por todo eso y muchas más cosas, os pido perdón.
Perdón, porque es el único y el mejor modo con el que puedo recuperar la sensación de que soy yo el que tiene poder sobre mi vida. Necesito vuestro perdón para reconciliarme con mi juventud y también para aplastar el monstruo en el que me transformaba. Aunque quiero tener muy presente mi lado oscuro, no quiero engañarme y olvidar esos años de mi vida corno si nunca hubieran existido, porque podría significar que, sin querer, en cualquier pequeño descuido, regrese el pasado. Así que, con el bálsamo de vuestro perdón en mi corazón, quiero caminar atento, con los ojos bien abiertos para que no se despierte mi otro yo.
Sí, vuestro perdón me hace nuevo, me salva.
Os quiero mucho!!
