Anatomía de quimeras
La Mujer-Ave viene sigilosa a trepar por la cama. Me estremezco al sentirla cerca, más cerca. Ella piensa que estoy dormido, por eso escribe una carta en mi costado. De repente, la agarro por las alas, muerdo su cuello, le tatúo mi saliva, la decapito con mi lengua. Quiero desplumarla. Jugamos a no reconocer el juego.
En silencio, voy dominando a la Mujer-Ave para que no despierte a mi novia. La voy desnudando. Su ropa parece hecha de páginas líquidas que al tocarlas desaparecen. Mi novia abre los ojos súbitamente. La Mujer-Ave queda a la deriva en la cama. Los tres parecemos poemas fusilados entre las osamentas del miedo. Juntos nos fermentamos en aquel tálamo donde yace el tiempo suicidado.
Ambas comienzan su cacería. Me tragan vivo. La Mujer-Ave me fulmina con luceros húmedos; mi novia me corrompe con su boca. Las dos empuñan plumas filosas. Nació en mí la excitación por la muerte.
Mi novia vuelve a dormirse bajo los efectos del destello sanguíneo, va dispuesta a soñarme. La Mujer-Ave, enjaulada por la culpa, se transforma en una bandada de lágrimas que huye…