Le ballon rouge
Me quedé en silencio, junto a Ofi, el duendecillo. Un ser diminuto de pura inocencia. Ofi vivía aquí desde mi infancia, se coló en casa por la ventana, huyendo de un gato. Me encariñé de él. Siempre estuvo ahí, apoyándome. Ahora, durante la cuarentena, no había forma humana -ni mágica- de aguantarle. Me aconsejaba, me animaba a seguir el camino correcto.
Incluso cuando mi padre, fabricante artesanal de petardos, intentó explotar la casa en un arrebato de esquizofrenia. Ofi, en persona, le paró.
- Sólo quiero verte feliz, Bruno. Sonríe. - Sonreiré cuando tenga ganas de hacerlo -tuve una revelación-. Agarré a Ofi de la cintura. - ¡Suéltame! Bruno, sabes que esto no está bien. - Calla -me dirigí a la cocina-.Ofi, al revolotear, desprende una estela brillante. El rastro mágico deformaba la realidad a su paso, coloreándola. Cuando me veía desanimado, iluminaba la casa con tonalidades pastel. En una ocasión, recogí un poco de este polvo mágico con mi dedo meñique, me lo llevé a la lengua. Estuve el resto de la tarde alucinando.
Sacudí a Ofi sobre la encimera. Soltaba una arenilla multicolor que emitía luz propia.
- Podrías hacerte daño, Bruno. Para, por favor -suplicó Ofi, aplastado en mi puño-. - Sé lo que hago. - Te equivocas. Este no es el camino a la felicidad.Apilé el polvo con el dorso de la mano. Era muchísima cantidad. Agarré una bolsa de plástico, recogí en ella la montaña de polvo. Metí uno de los mejores petardos que teníamos guardados en casa, Le ballon rouge, el más caro, potente y ruidoso jamás fabricado. Mi padre almacenaba los mejores hasta Navidad, donde explotaba más de mil euros en petardos. Lo metí dentro de la bolsa, con la mecha bien encendida. Y con fuerza, desde el balcón, lancé la bolsa al vacío.
- Vas a despertar a los vecinos -reprochó Ofi-. - Esa es la intención. Si yo no puedo dormir, nadie lo hará.La bolsa explotó en el aire, antes de tocar el suelo, esparciendo con agresividad el polvo por toda la plaza. El ruido despertó a los vecinos. Muchos, asustados por la explosión, salieron al balcón, alarmados por el estruendo del Rey de los petardos. Se hizo de día. El mundo fue pura felicidad para todos aquellos que, desde su balcón, inhalaron un poco de polvo mágico.
La plaza, antes gris y vacía, se cubrió de vegetación. Brotó un manantial de oro y chocolate. Árboles tropicales y palmeras surgieron del suelo, las paredes se llenaron de animales exóticos.
- ¿Ves, Ofi? Aún en tiempos de cuarentena, podemos hacer soñar a los demás.