Demasiado tarde
Había un silencio sostenido, denso, casi pesado. Sólo veía el techo blanco, fijo, inerte, aunque le parecía estar soñando otra vez. Unos murmullos imperceptibles rompieron el silencio, aliviándole: estaba despierto. Sin embargo se asustó al comprobar que no podía girar la cabeza, la mirada fija en ese techo blanco y liso. Los murmullos fueron creciendo, dando paso a sollozos y discretas conversaciones. Su cuerpo se tensó al ver cómo una cara ocupaba su campo visual, ocultándole el techo. Creyó reconocer a un familiar, pero cuando le iba a llamar esa cara cambió por otra, y luego por otras, en un carrusel interminable.
No podía hablar, su lengua estaba seca y pegada al paladar. Comenzó a sudar, como siempre que los nervios se abrazaban a él, igual que en un baile agotador.
No podía mover la cabeza ni hablar, y todas aquellas caras observándole con aflicción. ¿Qué le estaba ocurriendo? Momentos después notó un traqueteo, el techo parecía moverse. Oyó a lo lejos unas palabras, ¿un discurso? El traqueteo cesó y en ese momento alcanzó a oír su nombre y dos de frases más. Se sintió paralizado. Escuchó el grito desesperado de su mujer y su cara reflejó el miedo: comprendió tarde, demasiado tarde, que asistía a su incineración.