Como flor de lavanda
Para ti, princesa, por esa rana amarilla que llevas en los ojos
A veces, cuando llueve en los alisos
y el viento te desnuda en esa orilla
de todos los columpios de la tarde,
hueles a los caprichos que son gesto
en los sueños donde sí se desprende
la luna en su caballo,
a eso de estar segura y tal vez llegue el día
de salir de algún cuento y contar con los dedos
dos o tres arco iris y poner en las gotas
que caen sobre tus labios un lugar sin preámbulos
desde el que se contemplan los azules
y algunos sonajeros de la infancia perdida
con ternura a lo lejos.
En el lugar donde se abren los surcos
y la alegría se desea muchas veces
como flor de lavanda meciéndose en el campo,
hueles a algo que flota,
un poco a pan reciente y a la puesta en escena
de todos los recursos y una regla en el ojo,
a la fruta madura y al azar de las hojas
que se enredan en ti como abubillas
y luego hueles más a la mano con nueces
y a ese beso que llevas en los labios
para vender al peso.
Si mantienes el pulso y juegas a la comba,
y en ese mirar tuyo vuelve a crecer la hierba,
hueles como al incienso que hipnotiza
las nubes de algodón y los cabases
en todos los recreos,
a esa pasión ganada en la que no te rindes
por más que sea la noche la que a ratos se quiebra
y en el salto al vacío de cruzar por abril
el valle de tus ojos, hueles, niña,
a lo tierno que cunde y a ese libro de versos
abierto por la página catorce
donde una vez pusiste los labios de canela
y a mí me entró del hipo así como cosquillas,
hueles entre los brazos a princesa y a rana,
donde fuere más útil el abrazo de otoño
y el beso en primavera,
hueles un poco a lirio y a ese nido de pájaros
que siempre nos dejaba su trino en la ventana
cuando abril florecía.
A punto en boca hueles de una frágil sonrisa,
al rojo del acebo y a ese saber quedarte
con lo justo y mitad y en los laureles,
dice el alba que hueles a lo que está tan cerca
que casi no se nota,
porque su olor son todos los olores,
la percepción de un eco en rastrojos granados
con un haz de amapolas.
Ayer olías a cuesta y a esa llama que arde
en vuelo que es caída y luego un vaciarse
hasta la desnudez y su remanso,
porque todo se da en tu fresca sonrisa
y ese pelo tan negro como el carbón mojado.
Si pierdes la nostalgia que aroma los deseos
en todo lo que resta para encontrar por dónde
huye de la verdad el valor de las cosas
y el tiempo que empezó a ser toda la vida,
hueles a ser la niña que ha deshecho los pasos
de buscarte entre las celosías
y aprieta contra el pecho una moña de trapo
con ojos de alfileres, y hasta es cierto,
que tu olor es el aire,
cuanto hay que a mí me llena sin quererlo
en los andariveles.
Cuando las flores están cantando su manera
de soñar en la luz y respirar colores,
hueles a esa fortuna de cuajar el aliento,
las manos enlazadas de puntillas y besos
mientras busco un lugar callado para amarte,
donde huelas a pueblo y a la dicha de estar
soñando todo el día,
por si en él tú vinieras y pleno de arco iris,
no supiera atenderte.
En ese lugar otro de la laguna chica,
donde si tú me miras no copulan los sapos
y es la circuncisión de varias mariposas
alzadas en el vuelo de esa ventana abierta
de los sueños perdidos,
hueles a huevo frito y a un trago de buen vino,
al ayer de romero y al hoy que se confunde
en todas las miradas, hueles, digo,
a esas tardes de lluvia adelantadas
que empapan las corduras de improviso
y dejan un susurro de tu boca en la mía
encendiendo pasiones.
Ayer tarde escribí sobre la arena de una cárcel de olvidos,
con la brisa que enhebra los delirios,
que hueles a limón y a onza de chocolate,
a jamón con chorreras y que con poco tienes
para irte de mi lado una mañana
y regresar cuando la noche cierne
los abrazos más tiernos
y yo caigo rendido ante esa maravilla
que son ahora tus labios sin carmín y de rosa,
mientras te digo que te quiero cuarenta y nueve veces,
de tu nombre, Teresa…
* 1º Premio categoría Poesía en el Certamen ”Picapedreros” de Poesía, Guión y Microrrelato 2018 para el exterior
