Mujeres rurales en el Centro Penitenciario de Daroca

Escrito por: Escuela, CPEPA Daroca y Formación C.P. Daroca

El jueves 2 de marzo pasaron la mañana con nosotros tres luchadoras de las de antes: tres mujeres de la comarca Campo de Daroca que en sus mocedades se pasaban el día en el campo y después empalmaban con la fregona y los fogones.

La excusa para reunirse era la re-visualización del cortumental Soy mujer rural, un proyecto Erasmus + del CPEPA Daroca que entrelazó las inquietudes de nuestro equipo docente: dar visibilidad a las mujeres del entorno y ponerlas en valor, y concienciar sobre la amenaza de la despoblación en núcleos rurales, dos objetivos íntimamente ligados.

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El documental Soy Mujer Rural fue editado en varios metrajes, si bien la versión proyectable que hemos visualizado hoy duraba once minutos y recogía el sentir de siete mujeres de distintas edades de Daroca y su entorno; algunas de toda la vida en la comarca, otras emigradas en juventud y regresadas en la jubilación, otras adoptadas en distintos momentos vitales; todas parte de esa realidad que compartimos y a la que estamos interconectados como Centro Penitenciario en la zona.

Los días previos a la emisión-debate, vimos en la escuela el corto por vez primera y nos acercamos a su temática de manera reflexiva, desarrollando la empatía y la aproximación emocional, trabajando materiales y actividades diseñados de manera específica para el proyecto.

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Para las dos sesiones, de unos ochenta minutos de duración cada una, pudimos contar con tres de las protagonistas y no con todo el paquete porque las mismas casuísticas mundanas que las condicionaban en el día a día también las reclamaban entonces.

Tras las presentaciones y unos breves pero agradables intercambios de intenciones y opiniones, procedimos a ver el corto. Alguna de las protagonistas todavía no había podido verlo. Cosas de la vida. Después disfrutamos de una relajada atmósfera de preguntas y respuestas, donde a veces preguntaban los internos y respondían las chicas y otras contestaban ellos, reflexionaban en voz alta, se acercaban emocionalmente al pueblo o incluso decidían que, si los acogían, se quedaban de cabeza en él. Este último aspecto fue muy reseñable porque no era una campaña de captación de población, sino una mera visibilización de una realidad inexorable compartida por muchos municipios y pedanías de una comunidad autónoma macrocéfala y un tanto olvidadiza de sus propias extremidades, pero el mensaje de aquí estamos pareció, por momentos, ven aquí, que faltan fontaneros.

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La comunión entre público y entrevistadas fue absoluta, tal vez porque a veces las expectativas son desconfiadas y la cercanía derriba prejuicios. Feli, Sara y Fina se sentaron entre los asistentes como el que lo hace entre amigos. Se mostraron accesibles, sinceras, divertidas, naturales y directas. No hay mejor receta para confiar en el otro, ni siquiera la mermelada de tomate casera. Amables, entrañables, no les tembló el pulso al afirmar que ellos –los internos– tendrían que demostrar mucho más que los demás a la hora de buscarse honradamente la vida. El pasado condiciona, pero ellas no les vetaron un futuro hipotético entre sus montañas darocenses.

El acto acabó porque luego había otra sesión, y luego un horario que cumplir. Si es por ellos y por ellas se hubieran pedido un glovo y seguirían cascando como el que va a arreglar el mundo (rural). Tampoco hacía falta. Bastaría con llenarlo de la gente cansada de las ciudades. Ya le iremos haciendo remiendos por donde se le vean las costuras.

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