La revelación de Orito

Miguel, alias Orito, estaba apaciblemente sentado en el catre con la espalda apoyada sobre el yeso desconchado de la pared, cuando observó que el tubo de su pasta de dientes estaba mal cerrado. El tapón descansaba de medio lado sobre la rosca, como el sombrero de ala ancha de un galán trasnochado. Le llamó la atención porque él era muy minucioso con sus cosas. Además, el vaso de papel que contenía el tubo estaba al borde del precipicio de la pica, en lugar de pegado a la pared, como a él le gustaba dejarlo. Miró al exterior de su celda y especuló sobre que alguno de los otros presos podía haberlo cogido desde fuera. Se levantó y estiró el brazo con el hombro pegado a los barrotes para comprobar que, efectivamente, se podía alcanzar desde el exterior. ¿Quién demonios querría coger mi pasta?, se preguntó Orito.

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Entonces le vino a la cabeza el Alano. Ricardo, alias Alano, el encargado de limpiar el pasillo aquella semana, un hombre bajito y corpulento de apacible mirada, provocaba en Miguel una desconfianza infundada que no podía explicar y habría tenido la oportunidad de agarrar y manipular su tubo de pasta. Seguramente, continuó cavilando, alguno de sus rencorosos compañeros del barrio, resentido por la oleada de redadas producidas a raíz de sus declaraciones en el ámbito de la operación “Judas” de corruptela policial, habría pagado una tristemente escasa cantidad de dinero al Alano para que lo quitase de en medio.

Mientras vaciaba el tubo de pasta envenenado en el retrete, Orito comprendió que, sin previo aviso, se había convertido en escritor.

 

* 1º Premio categoría Microrrelato en el Certamen ”Picapedreros” de Poesía, Guión y Microrrelato 2022 para el exterior

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