Semblanza de un buen hombre
Heme aquí, disfrazado de poeta,
de rapsoda, de ciego o trovador,
que tienen todos bula en consentirles
mentir al público; mas no el historiador.
¡Venga, pues! Hablemos de un buen hombre,
que no fue lo mejor ni lo peor,
sin dar noticia alguna de su nombre,
pudiendo ser cualquiera menos yo:
Arrancó algunos versos de la tierra
y ceñidos al pecho los llevó.
Bebió de fuentes claras agua fresca
para vencer en la guerra,
y crecer en el amor.
Cantó, como el salmista, una alabanza
de eterna gratitud al Creador.
Dio besos a su esposa cada día,
siempre menos de los que ella mereció.
Estuvo cuando lo necesitaron
y cuando no, supo pedir perdón.
Fraguó con su talento una novela
y consta que alguien bueno la leyó.
Gustó de la compaña de amistades,
campo hermoso, que siempre cultivó.
Holgó también con gratas soledades
el tiempo que su cuerpo le pidió.
Imploró de Dios misericordia
y no podrá negar que no encontró.
Juzgándose a sí mismo fue tan fiero
que acabó por ceder y no juzgó.
Kilómetros de campos y ciudades
recorrió en permanente ensoñación,
Licuando la verdad de aquellos átomos
áureos e invisibles,
que Bécquer concibió.
Midió con tino sus palabras breves
cuando eran graves, y cuando no, no.
No perdió mucho tiempo en fatuidades
que dañan donde duele al corazón.
Olió de las mujeres y las flores
su dulce aroma, con ansia y profusión.
Pero de esas que excitan las pasiones,
de esas solas, seguro, se excedió.
Quiso a cuantos quiso, sin medida,
y se esforzó, para ello, con ardor.
Rugió si en la ocasión le iba la vida,
y si solo la muerte, suspiró.
Sintió que en las albardas de su tiempo
cabía menos de lo que pergeñó.
Tampoco se engañó, dando por bueno
lo que al fin y a la postre nos dejó.
Unió, así, sus recuerdos más queridos
haciendo escala de ellos hasta Dios,
Viviendo a lo Manrique con su copla
para ganar aquel mundo mejor.
Y hasta aquí llega el viento, más no sopla,
Zalama de poeta, que no de historiador.