Encuentros en el camino

Me llamo Narciso, y después de una noche entre sueños entrecortados por el rumor de los grillos, abro los ojos al amanecer. La luz del alba se cuela por las aberturas de las ventanillas. Papá duerme a mi lado, su brazo me estrecha como un escudo protector. El aroma a tierra mojada se mezcla con el de la gasolina, crea una atmósfera casi mágica.

Me deslizo con cuidado fuera de la litera, tratando de no despertar a papá. El suelo está frío bajo mis pies descalzos. Salgo al exterior y me encuentro con un paisaje envuelto en el aplomo de la mañana. Las rocas brillan bajo la luz del sol naciente, y el aire acaricia mi cara.

camion

Decido dar un paseo mientras papá sigue descansando. Me alejo del camión, exploro los alrededores con curiosidad. Entonces, algo llama mi atención en la distancia. Una silueta oscura se mueve entre las rocas, como un velo que se desliza sigiloso.

Me acerco con cautela, sintiendo un nudo en el estómago. Cuando estoy lo suficientemente cerca, distingo la figura de un niño encorvado y con la mirada perdida. Su ropa sucia y su aspecto desaliñado me llenan de inquietud.

― ¿Hola? ―llamo tímidamente.

El niño levanta la cabeza, revela unos ojos oscuros y desesperados. Su mirada me atraviesa como un rayo, llenándome de escalofríos.

―¿Estás perdido? ―pregunto, tratando de mantener la calma.

El niño no responde. Solo emite un gemido gutural, como si estuviera luchando consigo mismo. Me doy cuenta de que algo anda terriblemente mal. Tal vez debería volver al camión y despertar a papá.

Pero antes de que pueda moverme, el niño se abalanza hacia mí con una rapidez sobrenatural. Su rostro retorcido por la locura está tan cerca que puedo sentir su aliento rancio en mi piel.

―¡Corre! ―grito, retrocediendo con rapidez.

Pero es demasiado tarde. El niño me agarra, sus manos frías como el hielo aprisionan mis brazos con una fuerza implacable. Grito, pero mis palabras se pierden en la vastedad del desierto.

Papá sale del camión como un torbellino, alertado por mis gritos. Su rostro se desfigura al ver la escena que se desarrolla ante sus ojos. Sin dudarlo, se abalanza sobre el sujeto, y lucha para liberarme de la presión del desaliñado.

El forcejeo es desesperante. El niño emite reclamos ásperos mientras lucha contra papá, sus ojos desbordan un delirio indescriptible. La lucha parece eterna, un combate entre la razón y la demencia, entre la vida y la muerte.

Finalmente, con un último esfuerzo, papá logra deshacerse del sujeto y me arrastra lejos del elemento. El varón cae a tierra con un gemido angustiado, su mirada se desvanece en la distancia.

Nos alejamos corriendo, dejando atrás aquel lugar perverso. El sol se alza en el horizonte, iluminando el camino con una luz dorada. Papá me abraza, su corazón late desbocado contra el mío.

―¿Estás bien? ―pregunta, su voz temblorosa.
―Sí, papá ―respondo, aferrándome a él como si mi vida dependiera de eso.

Nos alejamos del desierto, dejando atrás el episodio perturbador. Pero sé que las sombras de la figura seguirán atosigándome en las conversaciones que sostengo conmigo.

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