Momentos
Hay momentos que perduran y jamás se olvidan. Hay momentos que nos convencen que es mejor olvidar.
Hay momentos trascendentales que se ven como a través de una lente, como si alguien los estuviera filmando.
Algunos se viven solamente una vez en la vida y se adhieren a la historia de cada ser como parte de un archivo de la memoria. Un archivo que se convertirá en un tesoro futuro. Uno sería mucho más rico si valorara esos instantes que habitualmente no valora, si llegara a comprender que en realidad todos los momentos ocurren solamente una vez en la vida.
A veces se viven, a veces se sufren, a veces se ignoran. Y cuando se ignoran pasan de largo y a veces nos damos cuenta y los valoramos después.
Es así, sucede tan frecuentemente…
A veces no se los valora en ese instante, pero se los reconoce más tarde, y en ocasiones, demasiado tarde.
Hay momentos que se reconocen como muy valiosos en el instante mismo en que se están viviendo. Son los que, por definición, originan la felicidad. Son esos puntos en el tiempo que se guardan en la mente, pero más en el corazón. Momentos inolvidables que anudan la garganta al evocarlos.
El tiempo les dio la razón.
¡¿Cuántas veces, al chocar las copas, se siente esa extraña sensación de estar viviendo ese momento tan especial a través del cristal de un caleidoscopio, como reconociendo de antemano que se convertirá en una imagen esencial en el libro de los recuerdos?!
¡¿Cuántas veces esos actos escolares, esos paisajes de tantos viajes, esas risas de tantas vacaciones, esas fiestas familiares que han ido quedando cada vez más lejos en el tiempo nos aprietan el pecho, nos llenan la mente de recuerdos y los ojos de lágrimas, y nos damos cuenta que la imagen caleidoscópica sigue allí vigente, melancolizando nuestro presente sin pedir permiso?!
¡¿Cuántas veces uno trata de guardar sus emociones con un celo muy estricto, como valorando la posibilidad de vivir esos instantes en el momento exacto, pero también con la capacidad de revivirlos en aquellos casos en que la fortaleza espiritual flaquea y es necesario recapitular lo bueno de la vida?!
Sentado en un sillón mullido, provisto de varios álbumes de fotos, listo para herirse con recuerdos, uno gira las páginas y se ubica mentalmente en cada momento de cada foto.
¡¿Cuántas veces uno se frustra cuando encuentra preguntas, pero no halla respuestas al recordar por qué no se valoró un momento irrepetible en la vida?!
¡¿Cuántas veces uno llega a darse cuenta que todos los momentos son irrepetibles?!
Pocas. Allí es donde nace la angustia, cuando la cantidad de preguntas es abrumadora y siente la impotencia de ser una persona normal, plena de fragilidad.
Y entonces nos preguntamos tantas veces por qué la vida consta de felicidad y de sufrimiento, si con la primera sola alcanzaría. Y cuando esos momentos se terminan, se van. Y cuando uno los evoca frente a una foto o un recuerdo, es uno mismo el que termina hecho pedazos. Porque el sentimiento termina siendo así, y nos encontramos en ese momento con el cuerpo partido y el alma deshecha.
Es así, sucede tan frecuentemente…
Y cuando pasa el tiempo y ya se empieza a acumular pasado es cuando surge la pregunta: ¿Adónde fueron los momentos? ¿Qué misterio se esconde detrás de cada instante vivido? ¿Adónde van los años? ¿Adónde van los meses? ¿Adónde van los días?” ¿Adónde va cada risa y cada lágrima?
Sentado frente al álbum de fotos uno siente el poder de ejercitar la melancolía cuando tal vez no se pudo disfrutar la felicidad en el tiempo real, porque las hojas del álbum se pueden mover hacia adelante o hacia atrás, pero el tiempo va solamente en un único sentido.
¿Por qué será que el tiempo viaja en una sola dirección y no nos permite revivir y gozar de esos momentos más que una vez?
El álbum permite tener recuerdos, pero nada más. Uno sabe dónde están guardados esos diplomas de la graduación, y dónde las fotos, pero, y los besos y los abrazos de esos momentos, ¿dónde están?
¿Adónde fueron a parar las alegrías y las tristezas? ¿Adónde se van después de vivirlas? ¿Quién las tiene? ¿Dónde están guardadas? ¿Por qué?
Y cuando nos vamos, ¿quién se ocupa de nuestros momentos? ¿Quién los guarda? ¿Alguien los guarda, o se van con nosotros? ¿Desaparecen, simplemente?
¿O quedarán archivados en alguna caja negra a prueba de muerte, para evitar la destrucción total, como los datos de un avión que se transforma en polvo, pero conserva intactos eternamente los hechos que ocurrieron mientras la nave estaba entera?
¿Por qué tantas veces debemos resignarnos al adiós, al olvido?
Sentado junto a una ventana, inmerso en la reflexión, uno quiere saber, pero raramente se le ocurre alguna respuesta coherente. Uno querría explicarse el porqué. ¿Por qué nuestro tiempo se borra y con él todo lo vivido?
En algún momento de lucidez se puede pensar que en realidad existe, en esos álbumes de fotos, una respuesta posible. Llega un momento en nuestras vidas en que hay que mover las hojas del álbum de atrás para adelante y de adelante para atrás, sin parar. Porque nuestras vidas no son nada más que esos puntos en el tiempo que engrosarán esas páginas.
Seguir viendo, viviendo y reviviendo cada momento, y si es necesario pasar a otro álbum y volver a mover las hojas de atrás para adelante y de adelante para atrás, continuamente. Nunca dejar que el álbum se termine, porque indefectiblemente, la muerte, en algún momento, determinará cuándo habrá de cerrar nuestro álbum de vida para siempre.