El despertar de la conciencia
Convocados para tratar un asunto urgente, nos reunimos los ociosos del pueblo en un día soleado. Cada uno, con artimañas distintas, intenta disimular su inútil vida; y para eludir la crítica de los demás, hasta el más perezoso y necio, anhela, de algún modo, contribuir a la comunidad.
Pero como el trabajo nos resulta difícil y somos inexpertos en la tarea, dos jóvenes elocuentes y una chica persuasiva, dubitativos sobre cómo llevar la empresa con éxito, buscan una solución al problema. Acudimos a un viejo artesano, pero para rescatar la memoria de alguien que en su día ha sido hábil y trabajador. Planeamos celebrar para él un homenaje, con elogios sobre su destreza en el oficio. Nos autoengrandecimos en nuestras alabanzas que uno de los ancianos del pueblo, nos espetó: «¿Solo eso hacéis?».
Con humillación, comprendemos que nuestras palabras no equivalen a una sola obra realizada por aquel artesano. ¿Cuántos han querido pasar por sabios citando a los muertos ilustres? ¡Pero qué orgullo, qué vacuidad en el elogio! Nosotros, ¿acaso los imitamos? El silencio cae, mientras la vergüenza nos envuelve. Intentamos justificar nuestras vidas con palabras vanas y actos vacíos.
Pero de repente, un grito de alarma rompe la quietud. Una sombra oscura, una amenaza impensable, se cierne sobre la humanidad. Es una pandemia, un enemigo desconocido para los recuerdos. En un instante, la catástrofe se desata. El caos es devastador. Intentamos huir, pero es inútil. El horror nos envuelve, y en un último suspiro, comprendemos el sarcasmo de nuestra nimiedad. Así, entre el engreimiento de las palabras y el drama de nuestro destino, se desvanece la baldía existencia.