Crisis
Te levantas de madrugada, llevando contigo la leve desnudez hasta la ducha. Finjo dormir, aunque el rabillo del ojo me permite ver fugazmente tu silueta de madre añeja gracias al espejo. Te escondes tras los noventa grados del pestillo. Me giro hacia la puerta sobre las arrugas desperezadas. Tu sudor embriaga la almohada mientras contemplo en la maestría milimétrica del carpintero, la milagrosa fuga del halógeno y el vapor. Entre nosotros las micras son un espacio insalvable hace demasiadas ecuaciones. El agua guarda silencio cuando tras convertirse en torrente por tu torso, planea hasta el plato mineralizado. Se fuga entre los barrotes de mi alopecia y tus cabellos marchitos.
Me levanto deprisa, como si tuviera que ir a algún lado, por la mera costumbre de acercarme a un trabajo que no conservo. Observo como se marchan los restos de mi última comida por el vacío del inodoro. Has escuchado el maremoto y ralentizas tu higiene personal al otro lado de la pared. Me visto de circunstancias, pantalón gastado, jersey de punto y aparte, zapatos para navegantes del asfalto, cazadora con diez inviernos. Aseo mi cara, acaricio las gotas aguerridas a un reflejo, atuso mi barba y dibujo una raya en mi calavera. Enciendo la cafetera; la jarra conserva una dosis de posos para ti e inconvenientes sin filtros para mí. No venzo al muelle de la tostadora. Al rojo vivo vuelvo sobre mis propios pasos por el pasillo. Las noticias radiofónicas te dosifican el colorete. Tu mundo no gira para despedirse.
Bajo las escaleras por el carril seco dejado por la inmigración y el hiyab. Perpetro mis pisadas en el patio ante la cortesía cabizbaja de… “Perdón”, nunca le pido perdón, debería llamarla buenos días. El freno decide no acompañar la puerta. Fumo vaho entre la niebla. Los adoquines no encajan. Deambulo hasta el café de un bar descafeinado, a esconder el sobre de azúcar en el bolsillo tras pedir uno de sacarina. Eva nunca recuerda mi costumbre, lleva meses sin tenerme en cuenta la sutil apropiación, semanas errando el cambio de dos euros entregándome una pareja de ases. Las yemas de sus dedos se detienen en mi palma un milisegundo. La vida empieza con su tacto y un guiño. Pan y fiambre para hoy.
El portal me espera con los brazos abiertos. En el suelo, las huellas de unas maletas atraviesan el mármol mojado.