Escrito por: Lucía Álvarez

Pocas veces he escrito para publicar o para leer en público. Soy actriz. Los guiones me los dan hechos, las letras las escriben otros, yo las hago mías. Cuando Javier me propuso escribir aquí no me atrevía a contestar.  Por una parte no sabía si estaría a la altura, pero por otra –y esa fue la que más pesó- no podía negarme.

Nunca había estado en una cárcel. Nunca la había visto por dentro. Nunca había tenido la posibilidad de sentarme a hablar con los presos. La idea que nos hacemos desde fuera, o al menos la que yo me hacía, no tiene nada que ver con lo que me encontré dentro. Como suele pasar cuando hablamos desde el desconocimiento.

Éste año me he recorrido varias cárceles de España con un recital sobre Miguel Hernández que hacía con Luisa Gavasa. He tenido esa suerte. Sí, leen bien: suerte.

El primer día fue una mezcla de nervios, ilusión, respeto e incluso miedo. Eso duró hasta el instante en que traspasé la puerta. Porque lo que me encontré allí fue todo lo contrario a lo que me había imaginado.

La idea que nos hacemos desde fuera
no tiene nada que ver con lo que me encontré dentro

No voy a decir ahora que la vida en la cárcel me parezca algo idílico que todos debamos perseguir. Afortunadamente yo he podido verlo desde éste lado y prefiero seguir viéndolo así. Pero me encontré una generosidad y unas ganas de aprender que me conmovieron y engancharon.

A veces nos olvidamos que lo que hay ahí y que nosotros englobamos como “presos/as” son personas. Con sentimientos, con familias, con amigos… Con una vida detrás. Y una circunstancia. Una vez más constaté que los prejuicios nunca nos llevan a nada bueno, que nada es blanco o negro.

Gracias por recordármelo, gracias por enseñarme tantas cosas. Y si con éstas pequeñas cartas puedo devolveros una pequeña parte de lo que me disteis… Objetivo cumplido.