Economizando

No soy ningún experto en economía y, aunque lo fuera, difícilmente tendría en mi poder soluciones o recetas para salir de la crisis. A todos nos toca apechugar con las consecuencias y los paganos principales, como siempre, somos los ciudadanos de a pie, a los que siempre nos toca costear los platos rotos.

MonederoTambién, desde luego, somos responsables. Por haber escogido, creído y mantenido a unos dirigentes incompetentes o incapaces, por haber vivido por encima de nuestras posibilidades y haber hecho caso a esos banqueros y bancarios que nos vendían motos sin sillín sin plantearse, tan siquiera, si podíamos pagarlas. Por hipotecarnos hasta las pestañas y querer vivir mejor sin fin en una época donde Eldorado parecía que no se acabaría nunca, entre otras cosas porque los gobernantes y los financieros así lo mantenían. Callamos y nos aprovechamos entonces y ahora, plaf, todo se ha ido al traste. Las reformas, los recortes y las medidas de urgencia nos están vapuleando como al boxeador maltrecho entre las cuerdas, que va encajando golpes uno tras otro en estado de semiinconsciencia, sin saber de donde vienen ni por cuanto tiempo, aguantando el tipo sobre la lona tan apaleado que ya casi el dolor es lo de menos, resistiendo por instinto de supervivencia hasta que no pueda más.

Ya no se aspira a llegar
a fin de mes, sino a sobrevivirlo

Así estamos ahora los de clase media. Algunos ya han caído sobre el ring y se arrastran como pueden para ponerse en pie antes de que la cuenta atrás acabe con ellos. Dicen los entendidos que potenciar el consumo es esencial para reactivar la economía, aumentar la actividad empresarial, frenar los despidos y, quien sabe, si con el tiempo, generar algo de empleo. Uf. La teoría. En la práctica, la verdad es que la mayoría de las familias están tan lastradas por las deudas y los apuros monetarios que solo pueden practicar la austeridad y ahorrar en todo, todo lo posible. Ya no se aspira a llegar a fin de mes, sino a sobrevivirlo. Es lógico que los coches aparezcan ahora más rayados y abollados, regresen los zurcidos a las ropas, se controle más la compra de caprichos y se dejen los muebles viejos en las habitaciones durante otra buena temporada. Las tardes caseras frente al televisor sustituyen al cine o a los centros comerciales, las bolsas de frutos secos consumidas en los parques a las tardes de veladas en las cafeterías, los paseos y las bicicletas al uso indiscriminado de automóviles.

Llevábamos tanto tiempo consumiendo sin control que ahora, por efecto péndulo, nos toca lo contrario: practicar la austeridad, mirar por cada céntimo y planificar muy bien nuestros gastos antes de afrontarlos. El cinturón está tan apretado que casi ya no respiramos. Y lo peor es que no sabemos cuánto tiempo tendremos que llevarlo.

Al contrario que el boxeador apaleado de antes, nadie tirará la toalla por nosotros. Soportaremos lo que caiga hasta el final, esperando que al menos, los que tienen, dejen de una vez de especular y pongan sus dineros en circulación para alimentar la economía. Ya que los que mandan y dirigen el cotarro no han estado a la altura, confiemos en que los que más dinero tienen —instituciones y personas— se muestren solidarios y lo inyecten para todos. Invirtiendo. Consumiendo. Dando crédito.

Aunque, bien pensado, unos y otros son los mismos. Aviados estamos…

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