Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia
En unas fechas tan halloweenescas, el director bilbaíno nos obsequia con un largo ecléctico, heterodoxo, que más allá de resultar una colección de momentos para desternillarse –algunos muy sobrados, otros impagablemente cómicos–, aglutina de modo notable la comedia negra, las miserias personales y el cine de terror con sello ibérico.
La historia trata de dos perdedores natos –Hugo Silva y Mario Casas– que, arrastrados al abismo por la asfixiante pensión alimenticia o el desempleo, urden un plan estúpido para robar una tienda de compraventa de oro.
El golpe sale como sale y los acontecimientos se desencadenan a velocidad de vértigo, desembocando con acierto en una road movie a la española, con un director que se luce tanto en los diálogos sembrados como en la radiografía de la miseria hispánica en sus múltiples variantes. A partir de allí, con el filme homenajeando el clásico Abierto hasta el amanecer, aparece el elemento sobrenatural con una Carmen Maura en estado puro, sólidamente respaldada por Terele Pávez y una correcta Carolina Bang como arcanas de lujo de las artes oscuras.
Pero Álex no acaba aquí los tributos fílmicos: La semilla del diablo, El baile de los vampiros, El exorcista, La estanquera de Vallecas o El laberinto del fauno quedan veladamente ensalzadas en guiños puntuales. Seguramente, no serán las únicas referencias cinematográficas que pueden extraerse del visionado.
Álex de la Iglesia parte de lo cotidiano
y lo retuerce hasta el extremo
El trabajo de los actores es bastante reseñable. Desde Santiago Segura y Carlos Areces riéndose un poco exageradamente del arquetipo de la señorona pretenciosa, superficial y cotilla en el paródico retrato de la sociedad media-alta autóctona, hasta el vía crucis persecutorio de Secun de la Rosa y Pepón Nieto en busca de los atracadores y de sus propios destinos, el director combina con precisión las parejas cómicas que funcionan de manera espontánea. Las brujas se ensamblan a la perfección en roles encajados a la medida de sus volúmenes interpretativos, si bien el personaje de Carolina resulta menos creíble y el de Terele excesivamente traído. Macarena Gómez también lo borda en una interpretación extrema, histérica y atacada, dibujando hábilmente los perfiles de las madres divorciadas con hijo a cargo, con sus ambigüedades y sus dicotomías morales; y el chaval Gabriel Delgado desmitifica una buena parte de los traumas infantiles con una actuación gamberra y desenfadada. Jaime Ordóñez se une también al menú actoral desde su posición secundaria. Incluso el señor de Badajoz tiene sus momentos.
Con todo, la mayor intensidad tragicómica corresponde a la pareja masculina protagonista. Hugo Silva es un estresado padre divorciado con serios problemas para cumplir con la pensión alimenticia, y Mario Casas es un nini caído en desgracia desde que le echaron de la discoteca y con la autoestima bien derramada por el piso. De sus pulsos y diálogos surgirán los mejores instantes de lucidez cómica en medio de escenas irreverentemente dramáticas. Además, ambos actores conectan bien y arrastran al celuloide a una nutrida legión de féminas.
El ritmo es trepidante y no desfallece, siempre apoyado en chistes bien conducidos y situaciones esperpénticamente divertidas. Álex de la Iglesia parte de lo cotidiano y lo retuerce hasta el extremo, consiguiendo así criticar disimuladamente muchas de las actitudes estúpidas del ser humano moderno: la guerra de sexos, la falta de planificación, las soluciones fáciles, la cobardía vital, la hipocresía, la superficialidad, la idiotez de serie, la desestructuración de la familia nuclear, los sentimientos escondidos o el amor mal entendido. Otros temas abordados con precisión y brevedad son los sueños rotos, la crisis destrozavidas, la homosexualidad encubierta, las supersticiones infundadas… El tono general deja cierto tono misógino, con personajes femeninos muy sesgados. Los que sí se salvan moralmente, como el de Carolina Bang, lo hacen impelidos por misteriosos latigazos de guión, un tanto forzados, para justificar romances imposibles, algo tan gratuito como el nada glamouroso muerdo entre los protagonistas masculinos.
Si el cine español va por este camino,
hay carrete para largo
Respecto a la trama, la película puede trocearse en tres platos argumentales: el robo, la casa de los horrores y el aquelarre. Ninguno de ellos decae en intensidad, si bien la primera parte es tremendamente crítica y la segunda encantadoramente terrorífica. El clímax final es apoteósico, con un himno infernal absolutamente sublime y Graciana (Carmen Maura) en éxtasis interpretativo. Tal vez el desenlace desmerezca un poco al término de la obra, pero por alguna razón el director ha querido finiquitar la faena con una solución que rompe con buena parte de la dinámica anterior; si para bien o para mal, eso queda a juicio del espectador.
Por lo demás, buenos decorados y preciosos emplazamientos naturales, dosis aceptable –incluso escasa– de violencia y una compensada combinación de fantasía e hiperrealidad, con momentos gore de partirse la caja y frases inmortales para el recuerdo. Si el cine español va por este camino, hay carrete para largo. Lo malo es que no todos los que hacen pelis se llaman Álex de la Iglesia.