Voces de vida en las cárceles

centro penitenciario de ZUERAImpartiendo sendos talleres sobre mi libro Cómo enamorar hablando en público he tenido la oportunidad de visitar la macrocárcel de Zuera y el centro penitenciario de Teruel.

He convivido con sus moradores, particularidades y costumbres, y he podido comprender su realidad con la implicación personal que, de otra forma, nunca sentiría. Jamás había estado en una sala con tanta densidad de tatuajes por centímetro cuadrado; con tantos rostros duros y agrisados, resignados a la vida entre cerrojos, corredores y barrotes. La cárcel desprende un aroma peculiar a humanidad resignada, un halo de derrota que embota al visitante.

Son los sótanos cerrados de nuestra sociedad, dispuestos para almacenar, sin distinción, despojos e infortunios. Pese a los esfuerzos que hacen sus profesionales para humanizar estancias y presencias, es tristeza y resquemor lo que desprenden sus muros y edificios, cerrados por sistema. Dentro no hay amaneceres ni risas infantiles. Sólo están los presos y sus circunstancias: delincuentes viviendo en la pecera esos años implacables de condena, relacionándose entre sí con tantas ilusiones, miedos, inquietudes y esperanzas con los que estamos libres. Sin duda, con más sueños.

Y entonces, al margen del peculio, los módulos o las bandejas con comida, en mis clases de oratoria toman la palabra los internos y cuentan sus historias, tan humanas, que individualizan sus casos con descarnada evidencia: el entrenador de judo derrotado por la coca, el empresario caído, la madre prostituta, el tatuado con esvásticas y el narcotraficante colombiano que habla de guerrilla, secuestro, extorsión y corrupción política con la implicación de un reverendo de masas.

El pasado, cruel e inmisericorde,
los ha marcado a fuego

También escucho al maniaco-depresivo que estaría en un centro psiquiátrico si hubiera más recursos, y al compañero de celda que lo vigila por las noches para que no se suicide. Sé que muchos mienten para embellecer su realidad-también lo hacen los políticos, y les seguimos votando- . Sé que algunos volverán a delinquir en cuanto salgan.

El pasado, cruel e inmisericorde, los ha marcado a fuego sin remedio. Veo la esclavitud de la droga como una causa múltiple perpetua.

Y sé también que unos pocos intentan de verdad salir de ese agujero negro en que cayeron no todos lo consiguen, es muy difícil. Nuestra ignorancia y nuestra incomprensión lo hace, en demasiados casos, imposible.

 

En nombre de todos los internos de estos Centros agradecemos a Míchel dos cosas: primero su visita a estos Centros y su donación a la biblioteca de varias de sus obras. Y segundo, el envío de este artículo recordando a los de “ahí fuera” que estamos aquí dentro, para que no seamos ignorados ni olvidados. Gracias.

* Publicado en la Revista DIGO! del Centro penitenciario de Zuera (Zaragoza)

 

 

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