Con independencia de todo

Con independencia de todo, siempre he considerado que los catalanes, a lo largo de la historia, han demostrado ser emprendedores, creativos y muy buenos comerciantes. Que han sabido administrar sus gestos y sus declaraciones para apretar las tuercas lo justito hasta obtener rendimiento y que, todo sea dicho de paso, han sabido después reinvertir esos logros con inteligencia. Cierto es también que los sentimientos y las emociones no deben ser juzgados, solo constatados, y que nadie es quién para cuestionar el grado de sentimiento y cohesión de un pueblo o país, ni hasta qué punto una explosión emocional desaforada puede convertirse en un lastre para los lugareños. Todos tenemos el derecho de sentirnos como deseamos. Ahora bien, lo que no es de recibo es que algunos enarbolen, administren y monopolicen los sentimientos de los otros —incluso de los que no se sienten como ellos— en beneficio propio.

Cristobal ColónNo soy historiador, ni político, ni siquiera catalán, solo un observador con opiniones que está presenciando con incredulidad cómo prosperan un buen número de iniciativas alocadas sobre el catalanismo, casi improvisadas, que hasta ahora no se sostenían y que se están convirtiendo, de repente, en pilares sustanciales de este importante colectivo ciudadano. Acabo de enterarme, por ejemplo, de que Cristóbal Colón era catalán, barcelonés y —esto aún no está plenamente confirmado—, quizás incluso, casteller. Así lo recoge públicamente una página web catalana de turismo, bajo un contexto adornado por rimbombantes epígrafes sobre casas reales e imperios catalanes en el Mediterráneo y América, que más allá de la anécdota no hace sino reflejar algo que casi todos sabemos: la historia y el conocimiento, en manos de desaprensivos con grandilocuencias nacionalistas radicales, se convierten en un arma arrojadiza contra los demás y en una herramienta de manipulación hacia los propios, gracias al mangoneo interesado de la educación y los medios de comunicación.

Los europeos precisamos cohesión,
no división ni grupúsculos

Pero no nos desviemos. El impulso independentista iniciado con vehemencia por esa clase política catalana de siempre altera de forma sustancial el panorama general en un momento, precisamente, en el que la crisis y la problemática son más globales que nunca. Todo está interconectado: los mercados y las potencias son más grandes, por lo que los europeos precisamos cohesión, no división ni grupúsculos. Creo firmemente que el fervor independentista catalán es, aquí y ahora, un movimiento alentado por intereses oligárquicos que carece de visos ni posibilidades de llegar a puerto alguno, al menos en muchos, muchos años.

Camp NouEl propio tejido empresarial catalán se está mostrando inquieto, porque conoce perfectamente el enorme varapalo económico, social y comercial que supondría para Cataluña —también, desde luego, para España— ese escenario-ficción que nos plantean. Es de rigor recordar aquí que elegir es renunciar, y que no se puede recibir solo la puntita, ni escoger entre las consecuencias de una decisión nada más que aquellas que interesan: nos salimos de España sin salir de la Comunidad Económica Europea; ya no pertenecemos al país pero, como en el fútbol sí que hay pasta, vamos a seguir jugando vuestra Liga; mantenemos puesto el cazo de las subvenciones mientras os vamos dando puerta; nos os queremos de paisanos pero, tranquilos, seguimos queriéndoos como compradores… Solo los hijos malcriados que lo han tenido todo hasta volverse caprichosos ignoran que toda decisión acarrea en lote consecuencias, buenas y malas, y que no es posible filtrarlas para apechugar únicamente con las que se desean.

Todos estamos atravesando esta pésima época a la que los mandamases, y el descontrol financiero, han terminando arrastrándonos. Cuando el barco se hunde las ratas salen en tropel para abandonarlo: si solo hay miseria y estrecheces que compartir, empieza a seducir buscarse el sustento por propia iniciativa. Es lo instintivo, lo inmediato. Pero solo una Europa sólida, por encima de intereses partidistas, puede permitirnos superar la crisis. Lo mismo que una España, una Cataluña y una Barcelona, por ejemplo, unidas. Es el momento de pensar en lo importante. De cubrir las necesidades básicas de los ciudadanos europeos, españoles, catalanes, aragoneses, extremeños, ampurdaneses… y abrazar el compromiso de “co-laborar” para seguir luchando. Cuando el porvenir haya mejorado, ya tendremos tiempo de plantear cómo nos organizamos para ser más productivos y felices. Pero, desde luego, sin manipular la realidad ni alterar los hechos. Porque los hechos nunca hay que discutirlos, solo comprobarlos.

Michel Suñén. 19/10/2012.

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1 comentario

  1. Buenas,
    Mi opinión es que la unió hace la fuerza, es un dicho que me comentaba mi abuela. Y dicho esto lo que más cuesta es que se puedan organizar todos los intereses, sin que sean personales, viéndolo así como objetivo común para todos. Sólo así podemos salir de una crisis. Pero en Europa los países del norte, como Alemania, sólo buscan recuperar el dinero que aportan, abusando de medidas para devolver el dinero prestado. Por lo que pienso que es un error muy grande que Cataluña se divida de España.

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