Anécdotas de un camarero (cap.3): En el hotel
Escrito por: Dionisio G.
Corría el año 1984, tenía entonces 19 años y trabajaba en un hotel familiar de la Villa Del Río. Mis compañeros eran más o menos de mi misma edad y teníamos el sano deporte de ir a la caza de chicas extranjeras, que se dejaban hacer más cosas que las españolas, era excitante!
Yo le había echado el ojo a una mujer inglesa que llevaba medía melena y tenía cara aniñada, con pecas, de unos 30 años, venía acompañada de una rubia de piel muy blanca que era incluso más guapa que ella, pero a rni me gustaba la pecosa!
Y no era el único, el jefe de personal tenía también un deporte parecido al nuestro, se sentaba en la barra y vigilaba la clientela en busca de otra víctima de su cama. Su estrategia era completamente diferente, cuando aparecían las posibles víctimas, nos llamaba con cierto estruendo: ¡ niños! Ponedle una copa a estas señoritas y les dices que las invito yo! Se las poníamos y les decíamos: Our boss invite you for a drink (nuestro jefe les invita a una copa) A las chicas de las que hablamos hoy las invitó al menos 4 veces, sobretodo a la rubia, que no le hacía ni caso.
Cierto día, después del servicio decidí acercarme a la discoteca que estaba justo al lado del hotel, por suerte estaban las dos chicas dentro, me fui acercando poco a poco a su lado bailando frente a ellas, después pusieron una canción lenta y me puse a bailar pegadito a ella, mientras le hablaba al oído, al primer baile, siguió el segundo, algún beso, luego el tercero, de pronto se excusó un momento y volvió conmigo a seguir bailando, me dijo que su compañera se había ido al hotel a dormir, ¿estupendo! A esta la llevo luego a los matorrales o a la playa y le hago de todo pensé yo.
A las chicas de las que hablamos hoy las invitó al menos 4 veces
Nos quedamos charlando y besándonos en los bancos de obra, me ofreció que fuera con ella al hotel, le dije que lo tenía prohibido pero ella insistió, como me iba a negar! Así que la acompañé. Entramos al recinto del hotel por la zona de la piscina, desde donde podíamos divisar la ubicación exacta del conserje D. Antonio. A cada momento que era posible alternábamos besos y arrumacos con eficaces escondidas, hasta que vimos como se alejaba de las escaleras en dirección al ala norte del hotel ¡esta es la nuestra!
Y corrimos cogidos de la mano, ella con los zapatos de tacón en la otra, escaleras arriba. Llegamos a la habitación y entre sobeos y magrees nos quitamos la ropa en silencio, su amiga dormía en la cama de al lado, sin darse cuenta de nada. Nos metimos en la cama y nos pusimos a faenas mayores, entonces la chica empezó a gritar de placer y yo, sin parar el ritmo, le tapé la boca suavemente con la mano, mientras le susurraba silencio al oído, ella me quitó la mano dándome un beso en la palma y me dijo: tranquilo, mi amiga es sorda!!