Elogio de la certidumbre

Se llama certeza a la firme adhesión de la mente a algo conocible, sin temor a error; es, en definitiva, el conocimiento seguro y claro de algo. La incertidumbre sería, pues, la falta de certeza y, por lo tanto, todo lo contrario.

CrisisLa crisis económica, política, social y casi existencial en la que casi todos nos encontramos no invita, desde luego, a la certeza. En un sociedad donde la inmediatez, el éxito veloz y lo cambiante se imponen por efecto del exceso informativo, la arbitrariedad institucional, las modas mediáticas, el culto hedónico, la improvisación y la ausencia de criterios, la incertidumbre ha pasado a convertirse en condimento perpetuo, inevitable, por el que cada uno debemos reinventarnos al tomar cada decisión, sin tener verdaderos agarraderos intelectuales ni morales en los que sostenernos.

La intuición, el instinto, se anteponen de este modo a la idoneidad, el rigor y lo preciso, posibilitando así el triunfo de la mediocridad y la tiranía de las medianías. La crisis económico-financiera mundial tiene mucho de crisis de valores. Pocas veces como hasta ahora había sido tan vital replantearse un paradigma existencial como ahora el nuestro. No solo el capitalismo feroz, urgente e insidioso que hemos alimentado, ni el comunismo inservible y despótico en sus aplicaciones más prácticas. Es la propia condición humana la que se ha vaciado de razón y fundamento a fuerza de irla maleando al gusto de unos cuantos, dando por sentado que no hay nada bueno, honesto, justo, bello o verdadero por sí mismo, que todo está en función de las interpretaciones, los afectos, los momentos y las opiniones.

Hemos de ser investigadores
de la realidad, con sentido crítico

El concepto de verdad existe por sí mismo, con independencia —y preferencia— a mis verdades personales. Lo que acontece al otro lado de mi habitación está ocurriendo, es verdadero, con independencia de que yo lo sepa o no. Es verdad al margen de mi percepción. Al margen de lo que yo crea. Hay que analizar la manzana desde todos los ángulos antes de opinar si es comestible o no, o corremos el riesgo de morder, precisamente, el lugar exacto donde está el gusano. Y, a base de hacerlo muchas veces, llegaremos a pensar que ese sabor extraño es el habitual de las manzanas.

InternetLa situación se agrava en nuestros días: gracias a Internet accedemos inmediatamente a ingentes dosis de información de consumo, sin tiempo para hacerla propia. Y con las redes sociales, y la Red en general, las opiniones se disfrazan de noticias antes de volar por todos los rincones del planeta. Engullimos datos, hechos, valoraciones, hipótesis, creencias y realidades sin llegar a distinguirlas, y saboreamos lo mismo sus gusanos que la pulpa más jugosa. Nuestra voraz necesidad de engullir informaciones aparca nuestra exigencia de análisis, de reflexión personal, y poco a poco nos vemos obligados a decidir más, y mucho antes, con inferior conocimiento.

Para colmo, no existen ya verdades inamovibles: todo es opinable, maleable, reemplazable y, por lo tanto, cambian las reglas del juego una y otra vez antes de empezar cada jugada. Nos toca, por eliminación, improvisar, ser intuitivos, tratar de no fallar sin tener siquiera claro qué son el éxito y el fracaso.

Es el momento de regresar al origen. Preguntarnos cuáles son las auténticas verdades de nuestra existencia y aferrarnos a ellas. Hemos de ser investigadores de la realidad, con sentido crítico, y no meros tragaldabas de comunicados.

Es el momento de redescubrir, y priorizar, los valores más humanos. No aquellos que me molan o prefiero, sino los genuinos. Donde puñetas se encuentren.

 

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