Añorando…Venezuela
El paraíso de Los Roques
Escrito por Freddy T.
Ahora les contaré lo que recuerdo acerca de una de las zonas más bellas de mi Venezuela querida, el paradisíaco archipiélago conocido como “Los Roques”. Por ello, discúlpenme los errores vertidos en este texto, ya que mi memoria y, en concreto, mis recuerdos pueden no coincidir exactamente con la realidad.
En el archipiélago venezolano de Los Roques, la división comienza ya en los nombres: Madrisky, Francisky, Krasky, etc.¡islas para gozar! Piratas y colonizadores marcaron la historia en un escenario propio de las novelas de aventuras. Playas desiertas, planicies sumergidas y una increíble fauna y vegetación marinas para olvidarse de la civilización.
La tradición atribuye al propio Cristóbal Colón el hecho de divisar, por vez primera, el archipiélago de Los Roques cuando regresaba a “La España” (hoy Haití), después de explorar la península venezolana, en su tercer viaje.
Situadas a unos 166 kilómetros de la costa caribeña de Venezuela, estas islas fueron, probablemente, refugio de piratas. Pero lo cierto es que tenemos que entrar ya en la segunda mitad del siglo XVII para tener noticias más documentadas, cuando se estableció allí la Sociedad Mercantil “Real Compañía Guipuzcoana” y se bautizaron las islas del Gran Roque: Carbonero, Cayo sal, Isla de agua o Cayo Noroeste, entre otras. En esa época empezaron a asentarse pescadores temporales, para, ya comenzado el siglo XIX, desarrollarse la explotación de las salinas y del guabo.
En 1886, se tiene constancia de la presencia de habitantes provenientes de Las Antillas holandesas, Aruba, Curaçao y otros lugares, que nos han dejado nombres exóticos como Krasky, Francisky, Madrisky, etc. A comienzos del siglo XX, una epidemia de peste bubónica en La Guaira llevó al estado venezolano a utilizar las islas del Gran Roque como lugar de cuarentena. Así que este archipiélago reúne en su historia todos los tópicos de las novelas de aventuras .
DESDE MI CASA EN CARACAS
Cuando salgo de Caracas es noche cerrada. La ciudad duerme y casi no hay coches en sus autopistas. Sorprende ese silencio en esta bulliciosa urbe que se extiende como un caudaloso río a los pies del monte Ávila .
El taxi corre veloz serpenteando kilómetros de ranchitos en las colinas que aparecen, fugazmente, como estrellas de luz de un Belén de miseria y esperanza. El amanecer me sorprende durante el camino, y, finalmente, llego al aeropuerto de Maiquetía.
Mi vuelo a Los Roques lo realizo en un viejo bombardero de la 2ª guerra mundial, un sexagenario avión de hélice, acondicionado para escasamente veinte pasajeros y cuyo ruido ensordecedor no nos permite más que hablar a gritos y gestualmente entre nosotros.Ya volamos al Gran Roque y nos adentramos en el mar caribeño. Son las ocho de la mañana y el día está extraordinariamente despejado. Mis ojos se encienden al divisar una sinfonía inimaginable de azules, un mar turquesa que dibuja a lo lejos el extenso territorio del archipiélago de los Roques. Un enorme parque de índigos y añicos, una paleta marina velada de aguas imposibles en su transparencia. Si, alguna vez, hubo un paraíso en la Tierra, aquí ha permanecido .
Desde 1972 , este archipiélago, que supera las 250.000 hectáreas de superficie, fue declarado Parque Nacional. Las caprichosas formas que han tomado los grandes cayos, como Cayo Grande y Cayo Sal, se deben a las corrientes marinas que avanzan de este a oeste. En Los Roques encontramos manglares y arenales pero, sobre todo, arrecifes coralinos, que conforman una enorme y compleja variedad de fauna y flora. En las islas descubrimos iguanas, guaripetes, lagartos negros, salamandras y el singular murciélago pescador, entre otros. Pero, sobre todo, es en sus aguas circundantes donde hay una extraordinaria variedad de especies. No en vano, una de las artes de pesca más populares en Los Roques es el buceo “a pulmón libre”, que muchos pescadores practican para capturar langostas y botuto.
El fuerte y monótono ronroneo de las hélices del avión acompaña esta visión, abrumadora en su belleza. Aterrizamos en una modesta pista, que hace las veces de aeropuerto, con la ayuda visual de un enorme faro que domina una colina de la isla de el Gran Roque, al noroeste del archipiélago.
CASAS MULTICOLORES
Al pie de la escalinata del avión espera una joven muy amable que nos conduce hasta nuestra posada. En el Gran Roque no existen los hoteles al uso. Antiguas casas de pescadores, sencillas construcciones multicolores de una planta acondicionadas como alojamiento para los turistas, desde las más sencillas hasta las más cercanas al lujo, entendido como algo recóndito e integrado en una atmósfera de primigenia simplicidad.
Mi posada bequeve es hermosa y familiar, las habitaciones (pocas) están decoradas con exquisito gusto local. Carmen, factotum y cocinera, una señora colombiana que reside desde hace muchos años en Venezuela, me conduce a mi habitación. Más tarde, comprobaré su extraordinaria cocina: pabellón criollo, pescado recién atrapado, pan amasado por sus propias manos, verduras y frutas de esta rica tierra venezolana.
Los huéspedes, el primer día, acudimos a una cercana playa con un modesto embarcadero. La música salsera de Óscar D’León nos acompaña mientras nadamos en estas cristalinas aguas de mayor salinidad que en otras partes del mundo, consecuencia de la rica vida existente en ellas. Caminando por las calles de arena de la isla, en donde no circulan coches y el tiempo se detiene en su quietud, otro ritmo se apodera de los cuerpos. Mientras tanto, una algarabía de gaviotas y pelícanos acecha a los humildes barcos de pesca y se sumergen, de vez en cuando, en el agua para capturar sus presas.
Al día siguiente, embarcamos rumbo a la isla de Madrisky, cercana a nuestra base. Contemplando ese mar sin descanso hasta llegar a la isla. Nos acompañan un par de familias y algunas parejas. Un joven matrimonio de Caracas, con sus dos hijos, viene a la boda de unos amigos que se casan en el Gran Roque, en una capilla de colores vivos, muy naif, abierta al mar, en donde el estruendo de las aves se mezcla con las oraciones. También en las posadas se celebran ceremonias civiles, la mayoría cercanas al estilo alegre y desenfado de las bodas hippies. La guarapita (un cóctel de licor de caña de azúcar y zumos naturales) y el oscuro y suave ron añejo Aniversario Pampero bañan nuestros paladares, mientras que las suculentas empanadas (rellenas de carne picada, queso, judías o tiburón) y el famoso “pabellón criollo” nos sirven de alimento. De repente, uno de los comensales nos recita uno de los innumerables relatos populares criollos, se trata de “El brujo del Duero”, que es aplaudido por todos los presentes como si se tratara de la primera vez que lo escuchamos. Aunque, en efecto, es la primera vez que lo escuchamos de su boca, aportando matices diferentes al relato y cosecha personal.
La arena es blanca y finísima, enjoyada de conchas y restos de corales. Hay que protegerse del sol, pero la arena no quema nada y camino bordeando la isla, acompañado de gaviotas.
Más tarde, vamos a practicar buceo con tubo. Los fondos marinos de este microcosmos son aún más sorprendentes. Mi viaje submarino comienza en una extensa planicie casi sin profundidad y avanzo, a tientas, en mi exploración. Catervas de peces multicolores se acercan a observarme en su silencio, extraños pepinos de mar, corales enormes como bosques, toda una escenografia submarina se me ofrece al cadencioso ritmo de una luz distinta.
En los días siguientes, visitamos otras islas: Francisky, krasky, Madrisky, etc. cada una con su paraje idílico y misterioso. Así, en Selesky, un enorme barco encallado asoma sus restos por encima del agua, como si un desgraciado y antiguo naufragio se repitiera sin fin, día tras día, en la calma azul del mar.
Y, sin noción del tiempo transcurrido, llego al final de mis vacaciones. No queda tiempo para admirar más islas. A lo lejos, un velero se dirige a Carenero. Puedo imaginar sus manglares y corales, y casi me sumerjo de nuevo en sus cristalinas aguas silenciosas, mientras sobrevuelo con nostalgia el archipiélago, grabando en mi memoria este paraíso en la Tierra al que prometo volver .
El pabellón criollo
El Pabellón Criollo es el orgullo nacional de la gastronomía venezolana.
Ingredientes para la receta de Pabellón criollo:
- 1 cebolla picada pequeña.
- 2 dientes de ajo picados.
- Dos cucharaditas de pimentón dulce.
- 2 tazas de tomate pelado sin piel y picado.
- Cilantro picado.
- 3 puerros cortados pequeños.
- 500 grs. de fríjoles.
- 1 taza de café de arroz por persona.
- 3 plátanos maduros.
- ½ kg. de falda de ternera.
- 1 cubito de caldo.
- Sal.
Elaboración:
Paso 1: Por un lado se hierve en agua con sal el arroz hasta obtener su punto, algunos aromatizan el arroz con ajo y cebolla o bien con un chorro de aceite.
Paso 2: Por otro lado, poner en remojo, durante por lo menos 4 horas antes de cocer, los fríjoles, y luego cocerlos en agua hirviendo junto con la carne de ternera (para darles sabor) hasta que estén blandas. Luego se fríen con picante al gusto.
Paso 3: La carne (y los fríjoles) se cuece en abundante agua con media cebolla y sal. La carne sólo debe cocer entre 30 a 40 minutos para ablandarse. Retirar del caldo (reservar no tirar) y dejar enfriar para poder desmechar con los dedos.
Paso 4: En una sartén se sofríen los ajos, la cebolla, el cilantro, el pimentón, los puerros, es decir, todo menos los tomates. Agregar la carne desmechada y freír un poco. Por último poner los tomates y sofreír un poquito más. Se incorpora el cubito de caldo desmenuzado y poner dos tazas de agua. Se retira del fuego cuando encontremos la carne hecha a nuestro justo. Y las rodajas de plátanos se fríen en aceite.
El dulce de lechosa o papaya
El dulce de lechosa se prepara con mucha frecuencia para Navidad. Se cocina lentamente y al quedar cristalino se conserva en frascos de vidrio. Sus tajadas cristalinas siempre serán un mágico encuentro con la dulcería criolla venezolana.
Ingredientes:
- 5 Kg. de lechosa o papalla verde
- 2,5 Kg. de Azúcar blanca
- Bicarbonato
- Clavitos de olor al gusto
- Un poquito de agua
Preparación:
Se retira la concha verde de la lechosa y se corta en tajadas finas. Se extienden sobre una bandeja, se espolvorean de bicarbonato y se dejan hasta el día siguiente. También pueden extenderse y dejarse al sol por un día, para que se mantengan firmes, y evitar el bicarbonato.
Se coloca la lechosa en una olla grande, se agrega el azúcar y se coloca un poco de agua (unos 4 dedos de la olla). Se agregan clavitos al gusto y se deja cocinar lentamente hasta que la lechosa se cristalice. La fruta libera mucho líquido por lo que no hará falta más agua. Dejar enfriar, y aún tibio se sirve en frascos de vidrio o un envase grande.
EL BRUJO DEL DUERO
(Relato criollo o llanero del folklore venezolano)
Yo una vez me metí a brujo y ahí mismito me jodieron, porque el día que “el Bolsa” (el “tonto”) lava, ese día cae un aguacero. En las riberas del Duero hice un rancho (una “chabola”) barentierro (“de barro y tierra”), y con cabuya y mecate (” con lo que amarraba”) puse un consultorio médico. Pero no juegue compadre el día que me descubrieron, porque a los que receté casi todos se murieron por un maldito brebaje que resultó ser veneno. Yo pasé unos días tranquilo, con el bolsillo bien lleno, de quien va a ” vivir el vivo del pendejo y del ingenuo” ( “engañar a los bobos”). Por ejemplo de la política viven una “cuerda de muérgano” (“sinvergüenzas”) y uno como está jodido tiene que llamarlos “gobierno” y las mujeres viven de algo, compa, que nosotros no tenemos.
La culpa se la echo a un negro sepulturero que ése fue el que contó que un día me ayudó a un entierro. ¡Tan feliz que yo vivía recetando mis remedios! y hasta me sentía importante cuando me decían: “doctor”, y se quitaban el sombrero. Pero lo más importante eran unos rostros bellos de mujeres que querían echarle la mano a un soltero. Yo las metía pa un cuarto más oscuro que el infierno y las mandaba poner como a este mundo vinieron, y aplicar un ungüento que me inventé, con olor a pasto tierno. Yo mismo se lo untaba desde el talón hasta el cuello. Y ellas casi se morían y les faltaban el resuello. ¡ Ay Dios, lo que yo gozaba cuando manoseaba aquéllo !
Pero un día, con el consultorio lleno, le digo yo a mi clientela: ” por hoy, a más nadie atiendo porque todos los santos están enfiestando y bebiendo”. Pero había uno en la puerta afanado (“insistiendo”), que abriera en nombre de Dios, que me traían a un enfermo, que era caso muy urgente, que ya se estaba muriendo. Y cuando abrí la puerta, era la Guardia Civil y el comisario del pueblo, diez planazos (“culatazos”) por la espalda y ahí mismo me detuvieron y estoy llevando más palos que un gato en un mosquitero (“especie de saco”).